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miércoles, 27 de junio de 2018

Narración del viaje al Parque Nacional Los Alerces 3º parte



        Claro, como siempre no había errado el lugar que eligió. Su colchón entraba justo entre la pared y la candente estufa que estaba tronando con sus llamas rojas y amarillas desde hacía horas. Ese, sin dudas, era por lejos el mejor de los lugares para dormir; al menos esa noche de cansancio y paz. Cuidado con los fierros le gruñó Carlos, te vas a derretir todo jaja. No hubo respuesta, ya había fenecido la cuerda del bueno de Roberto.
        Fui a la pieza y Beto se había dejado caer como llegó a la cama, ni se cambió o aflojó la ropa, solo que quitó las zapatillas y como si eso fuera poco, también roncaba profunda y sanamente. Yo tuve la ceremonia de siempre, armé la cama, puse las sábanas, una frazada, la colcha, me fui al baño a higienizarme un poco y me calcé los ya famosos pijamas del Héctor. Sin los cuales no salgo de expedición por más que vaya al medio del campo. Miré la hora y eran las 02:10. Habría que dormir apurado, como decía mi abuelo, para recuperar el sueño.
        A las tres de la mañana, Don Esfínter, me llamó para que fuera pie puntillas al baño. Así lo hice y detrás de mí Beto que aún tenía los ojos cerrados de sueño. ¿Qué hora es? Pregunto inconsciente, las cinco dije. Uhhh, falta rato para más luego, alcanzó a manifestar y desapareció tras la puerta. Mientras yo me hice una escapadita al salón a poner leña en la estufa. Roberto roncaba de lo lindo, entregado a los brazos de Morfeo.
        Otra vez a las cinco, me llamaron desde el interior, así que sigilosamente otra vez me fui al baño con la luz apagada. Un tenue resplandor ingresaba por el ventanuco del baño, que daba al sur. Medio dormido y dolorido en mi cadera, atiné a apoyar mi mano izquierda contra la pared detrás del inodoro, mientras orinaba plácidamente. En ese instante, percibí que alguien me observaba. Miré por sobre mi omóplato izquierdo hacia la puerta, nadie. Entre cerré y abrí los ojos nuevamente y efectivamente no había nadie. Yo juraría que me están mirando, pensé, a la vez que daba el último empuje al amarillo y cristalino líquido. Otra vez ese sentimiento. Esta vez, miré para la derecha, hacia el exterior por el ventanuco de medio metro por medio metro con doble vidrio que, al lado del inodoro y un poco más arriba de él; daba a la zona lateral de la cabaña. Y ahí me di cuenta que de momento, mis instintos aún estaban alertas y en perfecto estado. Muy orondas, comiendo pasto tierno humedecido al amanecer, había del otro lado, en medio del jardín dos mofletudas Maras o Liebres Patagónicas. Hermosos ejemplares que pastaban libremente en ese descomunal paisaje de la Patagonia.
        El asombro fue mutuo, ya que ellas también dejaron de mascar para mirarme detenidamente. Las salude con la mano como queriendo ser amigable a lo que ellas respondieron con un ostentoso movimiento de su bidental mandíbula inferior. ¿Quién será este pitufo que está mirando? Entendí que se preguntaban, una clara alusión a mi pijama celeste. Siguieron en lo suyo y yo hice lo mismo. Es decir terminé de hacer pis y bueno, ya saben.
        Mientras me lavaba las manos pensaba, estas dos se salvan porque todo esto es una reserva, porque si no mañana ceno estofado de liebre a la Beba. Pero habría mucho más al levantarme, tanto que merece ser contado.
        Como era de esperar, volví a la cama y ya en el planeo hacia el colchón, estaba dormido. A mi lado, el Beto hacía lo mismo, aún estábamos pagando el fiado del viaje y el cansancio cobraba con creces e intereses. El tiempo pasó fugaz e imperceptible, por lo que mucho me llamó la atención que al abrir los ojos hubiera luz bastante fuerte del otro lado de la ventana de la pieza. Había amanecido. Por lo tanto, era hora de levantarse e iniciar el nuevo día. Había mucho, mucho por hacer en esa, la primera jornada en el Parque Nacional Los Alerces.
        El solo hecho de estar fuera de casa, no cambia mis hábitos por lo tanto la rutina acostumbrada se siguió plenamente. Lo primero fue repetir el estoico pis de todos los días, posteriormente una profunda lavada de cara y un afeitado como para estar bien presentado. Acto seguido elegir la ropa y vestirse preparado para lo que vendría en un rato, el acto oficial en donde se conmemoraría el día de los Parques Nacionales. Después, Dios diría..
        Cuando llegué a la cocina me llamó la atención que Roberto no estuviere en el mismo lugar donde se había echado la noche anterior, cosa rara en él, ya que ni siquiera se da vuelta en la noche. Pero supuse para mis adentros que habiendo dormido lo necesario se aventuró a un paseíto por las inmediaciones para conocer y ubicar los lugares próximos. Esa es su costumbre ancestral, así que no me preocupé mucho por ello. Ya vendría pronto con una carretilla de información, pronóstico del tiempo y la ubicación probable de las antenas. Por lo tanto me dispuse a preparar el desayuno. Calenté agua y coloqué sobre la mesa todos los elementos como para que mis compañeros, cuando se levantaran; pudieran hacer lo mismo. Café, leche en polvo, mate cocido, té, chocolate, galletas, manteca, dulces varios, galletitas dulces y hasta algo de pan que había quedado de la noche anterior. Y con todo listo, me senté a desayunar.
        Estaba yo revolviendo el chocolate cuando apareció riendo Carlos, que ya estaba acicalado y prolijito como chico para el colegio. Dio los buenos días, el besote de rigor y se sentó a compartir el desayuno. Ché!! Dijo sin dejar de untar dulce de leche a su trozo de pan con manteca. ¿Al viejito se lo llevaron los marcianos? ¿Dónde está?. Supongo que habrá salido a dar una vuelta por la zona, como siempre hace, dije casi sin preocupación. Mmmmmmmmmmm, manifestó Carlos. Y sus cosas ¿dónde están? ¿y la Notebook que anoche estaba encendida ¿dónde está? Mi única respuesta fue Upssssssssss!!! No se.
        A decir verdad, tampoco nos volvimos locos con la búsqueda o con las suposiciones, ¿dónde podría estar el bueno del Roberto? Ya aparecería y comenzaría la rutina de dar vueltas y vueltas por doquier.
        Primero Beto, luego Antonio y por último Gustavo, fueron apareciendo en la cocina para dar cuenta del desayuno. Antonio, solo aceptó un mate cocido porque ya había desayunado con su familia en casa de Ariel. Pero el resto tenía más hambre de chico de biafra, así que dieron cuenta de todo lo que había sobre la mesa.
        Estábamos ya limpiando la mesa cuando llegó muy bien vestido y todo peinadito Sergio, el segundo jefe del parque. Él venía muy oficialmente a informarnos que a las 10 de la mañana se realizaría en la intendencia el acto oficial por el día de los Parques Nacionales así que quería, sí o sí; que estuviésemos presentes. Cosa que por otro lado nosotros teníamos muy en cuenta, dado que en realidad el viaje se propuso con tantos días de antelación a la fecha del encuentro, casualmente para estar en ese magno momento.
        Quédate tranquilo Sergio que ahí estaremos todos en hora. Para eso estamos aquí. Ahora esperamos que nuestro amigo Roberto regrese de su recorrida matutina y se cambie, así vamos para allá.
¿Roberto quién es? ¿El señor que estaba durmiendo aquí al lado de la estufa? ¿Ese que no ve nada sin los lentes? Preguntó Sergio. Si, el mismo le replicó Gustavo ¿Por qué? Porque anoche a las cinco cuando vine a buscar al personal para llevarlos al aeropuerto, estaba hecho un bollo en el colchón en el piso y yo le desperté y le pedía que se fuera a una de las piezas porque me dio lástima. Me parecía tan cansado que hasta me dolió molestarlo. Entonces… el viejito no está de paseo como creímos, dijo Carlos a la vez que se levantaba de la silla para ir a ver en las piezas.
        Muchachos, allá los espero, no se demoren. Dijo Sergio y se marchó presuroso, como queriendo evitar que se le acuse de algo grave en el seno del grupo.
        Carlos mientras tanto revisó todas las piezas y en la anteúltima dio con nuestro amigo. Estaba destruido, totalmente masacrado de sueño, tapado de todo lo que encontró en el camino, incluso el estuche de una computadora. Sus ronquidos llegaron a la cocina casi al momento de abrir la puerta del dormitorio. Al fin habíamos dado con él. Estaba durmiendo muy plácidamente desconectado de todo, incluso de la expedición.
        Como era su costumbre, bastó con llamarle suavemente para que saltara de la cama y pronto estuviera cambiado, bañado y afeitado y con un hambre canina. Por lo que al sentarse en la mesa luego de saludar a todos, acabó con las provisiones que allí estaban. Minutos después no preparamos para ir al acto. Como era de esperar, todos bien peinaditos, con todo el uniforme y las cámaras de fotos.
        La plaza central frente a la intendencia estaba a solo unos trecientos metros de la cabaña, por lo que solo nos demandó un par de minutos llegar hasta ahí, no sin antes tomar decenas de fotografías retratando el entorno que rodeaba nuestro camino. Al llegar, ya había gente aglutinada en torno a los canteros con hermosos tulipanes que daban colorido al momento. Se escuchaban los ajustes de sonido y un murmullo a ver llegar a este grupo tan especial. Los arrancados verdes, según Roberto.
        Estimados amigos, señoras y señores, damos comienzo al acto oficial, sentenció la speaker que oficiaba de maestra de ceremonia. Están presentes… y también… además de… y es para nosotros dar la bienvenida en forma especial a los integrantes del Grupo Expedicionario Eco Radio de la ciudad de La Falda, Córdoba. Quienes han elegido nuestro parque para dar inicio a un hermoso proyecto que han dado en llamar Encuentro Radial Anual de Parques Nacionales. Y en el cual Los Alerces tiene un lugar privilegiado. Ejem, ejem… si, bueno… es decir se nos cayeron las medias.
        A lo largo de nuestra vida personal y lo mismo con la institucional, muchas veces, centenares de ellas, hemos participado en actos protocolares, convocados por los más disímiles motivos. Pero este acto, era especial, tenía otro sabor, otra raíz, otro entorno. Y si faltaba algo para que nos convenciéramos de ello, se completó cuando desde el porche de la intendencia el bafle dejó oír los sonidos inconfundibles de nuestro Himno Nacional. El mundo se detuvo, las aves callaron su trino y la naturaleza esperó paciente.
        Conocedor de mis amigos y de reojo, comencé a escrutar a cada uno de ellos para ver sus facciones, que decía su rostro, que sentía su alma. Y juro que fue un momento único. Cada uno lo vivía a su manera, a su forma, con su sentimiento. Antonio, quién como yo estamos más acostumbrados a lo marcial, a lo oficial al protocolo; estaba radiante, su sonrisa lo embargaba, se le notaba feliz. Beto, por momentos cerraba sus ojos y balbuceaba como queriendo seguir la letra, Carlos estaba como chico en el acto del colegio, mirando alrededor para captar todo. Gustavo tenía la mirada en la bandera que flameaba en lo alto del mástil donde había llegado minutos antes con los acordes de Aurora. Pero era Roberto el que a todas luces llamaba la atención. Su pecho henchido y vibrante contenía un corazón que pujaba por salirse, sus ojos; de momento miraban a las altas cumbres nevadas de la cordillera, en otro a los alumnos de la escuela del parque. Que con sus rutilantes guardapolvos blancos, orgullosos y ajenos a las miradas de los presentes, se esmeraban por cantar bien la canción patria. Bajo la atenta mirada escrutadora de su director. Roberto estaba como se dice en otra, su cuerpo portaba el uniforme del grupo, estaba ahí; pero su alma vagaba vaya uno a saber por dónde. Se le notaba emocionado, cargado de paz, de orgullo; conteniendo las lágrimas. Su voz sobresalía por sobre las nuestras, quería y debía hacerse sentir. Él estaba allí y ese momento era único y seguramente irrepetible. Estábamos cantando el himno en la Patagonia, rodeados de la inmensidad de un bosque único que atesora valiosos ejemplares de alerces, que fueron testigos de la historia. No era poca cosa. Todos estábamos de una u otra manera, pasando por ese encuentro con el sentimiento de patria. Y doy fe que lo sentimos, lo notamos y lo vivimos. Las charlas ulteriores y los comentarios al pasar, así lo rememorarían.
        Terminado el sencillo y emotivo acto, todos rompimos filas y cada uno hizo lo que pudo, sacamos fotos, saludamos a los amigos, a los desconocidos, y charlamos entre nos, hablando de lo vivido. Minutos después, me tocaría a mí el momento del orgullo y felicidad.
        Sabía desde hace años que un vecino de La Falda, mi ciudad, estaba radicado en el parque. Él había sido el mejor de los cadetes del cuartel de Bomberos Voluntarios de La Falda, pero las vicisitudes de la vida, la visión distinta de diversas cosas, llevó a que un día los dos tomásemos caminos muy diferentes y no volviésemos a vernos más. Su casa está aún a solo metros de la mía, en ella vive su hermana y familia. Pero aunque escueta cada tanto accedía por conocidos a información sobre su accionar y su persona. Pero seguro estaba yo que no me cruzaría con él esos días, ya que al estar a sabiendas de nuestra llegada, bien podría haber preparado todo para no verme. Cuan equivocado estaba. Cuánto.
        Había saludado a varios Guardaparques y a otras tantas personas que no conocía. También me tomé unos minutos para las fotos del monumento al Perito Francisco Pascacio Moreno y hasta para llevar el colorido de los tulipanes; pero no me había preparado para lo que vendría.
        En un momento, al dispersarse la gente de nuestro alrededor, vi parado en el césped al “Payo”. Me miraba asombrado como escudriñando y viendo que hacía. Ahí con su orgulloso uniforme verde y caqui, estaba Carlos Opitz, ese hombre, padre de familia hoy, que una vez decidió ser cadete de bomberos y fue el mejor.  Carlitos como le llamábamos, ahora es como dije, todo un hombre. Con una esposa y dos hijas hermosas que viven y comparten con él la vida de Guardaparque allí en el sur. Ese pequeño niño había crecido y seguramente sus ideas también; por lo que quizá tenía él el mismo recelo que yo. ¿Me saludará? ¿Me mirará? No interesa ahora a la distancia quién estaba del lado acertado hace 26 años, pasó mucha agua bajo el puente y cayó mucha nieve allá en el parque. Lo cierto es que nos debíamos un fortísimo abrazo y se nos dio.
        El Payo se acercó como junando, riendo y emocionado. Como queriendo aclarar la garganta, dijo ¿Héctor?... se cuadró y con la elegancia de siempre se desde su posición de firme, me saludó con la venia; y a posteriori  extendió sus grandes brazos para el abrazo. Abrazo que nos confundió y nos trajo a la realidad. Estábamos derrumbando años de recelos, de chismes, de críticas hoy la cosa era distinta. Bienvenidos a mi casa, gracias por elegirnos para el proyecto. Mira, esta es mi esposa una negra hermosa que también es Guardaparque y esas dos preciosuras que están allá paraditas, son mis hijas. Cuantos años, cuantos recuerdos amigo.
        No hace falta decir más.
        Cerca del mediodía ya el acto había acabado, por lo que volvimos a la cabaña a iniciar las labores de armado de todo lo concerniente a los equipos y antenas. Queríamos si se podía, iniciar ese mismo lunes las operaciones para juntar comunicados. También necesitábamos dar cuenta de un almuerzo que nos devolviera a la vida luego del raid que tuvimos en el viaje.
        Salimos caminando entre las coníferas y una doble fila de araucarias que oficiaban de centinelas a nuestro paso. Roberto fue organizando las tareas a realizar y me sugirió que yo solo me encargue de hacer algo rico para comer. Estoy famélico viejito.
        Llegamos a la cabaña y cada uno supo que hacer y cómo hacerlo, así que pronto quedó en marcha la labor. Yo me encaminé a la cocina y busque entre los elementos a ver que podía cocinar y la respuesta fue rápida. Tallarines con estofado de pollo. Así se lo hice saber al hambriento de mi amigo Roberto, que andaba husmeando entre las cajas, cual ratón, buscando galletas para comer mientras armaba las antenas. Me parece maravilloso, dale nomas, vos quédate tranqui y descansa la pata. Nosotros hacemos el esfuerzo más grande.
        Desde la cocina, me causaba orgullo ver a mis amigos yendo y volviendo de un lado a otro con antenas, cables coaxiales, clavas, martillos, sogas y que se yo que más. Eran como hormigas que, abocadas a un solo fin, solo trabajaban. Me dio lástima verles así por lo que decidí hacerles un reconocimiento. Saque el maxi vaso y preparé un tremendo fernet con coca y piqué un salamín con algo de queso. Y allá me fui rumbo al aglutinado grupo, para saciar el hambre y la sed. La recepción fue tremendamente emotiva. ¡Cuánto amor!
        Almorzamos cuando todo estaba listo en la cocina y casi igual en las estaciones, pero la charla tuvo un solo ítem. ¡Qué bueno que estuvo el acto! Poco importó lo rico del estofado o el sabroso vino que utilizamos para brindar. Como dije, habíamos quedado tocados por ese momento único que nos tocara vivir solo un par de horas atrás.
        Luego de tomar café, tal la costumbre en casa, avise a los amigos que me dedicaría dormir un buen rato la siesta, y llamativamente si bien me miraron de mala manera, nadie dijo nada. Más luego, vería que hacía. Y así como quién no debe nada, me fui a la pieza. Cuarenta y ocho segundos después llegó el Beto que sentenció. Todos vamos a hacer lo mismo, a la tardecita veremos con que seguimos. Buen sueño.
        Me desperté a eso de las 18:30 hs. Estaba obscureciendo y se notaba que el ambiente había refrescado. A lo lejos las bandurrias llamaban al reposo y en el salón, mis compañeros ya tenían al menos dos decenas de contactos realizados. Cuando aparecí solo dijeron. Era hora cabeza!! Como disimulando que ellos también le habían dedicado un par de horas al sueño.
        ¿Viejito? ¿Qué vamos a cenar? Consultó Roberto, siempre hambriento. Hamburguesas con puré, fue la respuesta escuálida y firme a la vez. Pero ahora, voy a preparar la estación LU3HKA, luego me pongo manos a la obra.       Mientras yo armaba los equipos y daba los toques finales a la estación, escuchaba que uno tras otro los colegas, nos salían al encuentro, felices, augurando muchos contactos, agradeciendo lo que habíamos hecho y felicitando por la iniciativa. Ya estaba en marcha el Encuentro Radial Anual de Parques Nacionales. Y por lo visto, sería todo un éxito.
        Para cuando los últimos rayos de sol dejaron el firmamento sobre esa porción de la Patagonia, todas las estaciones estaban armadas y funcionando. 80, 40, 20. 15, 10 y hasta 2 metros, Fonía, digitales y CW. Todo un despliegue de tecnología y capacidad. Cada cual había hecho lo suyo como era costumbre y los equipos funcionaban a la perfección, al igual que las antenas. Solo restaba hacer contactos.
        Cenamos opíparamente, tomamos café y luego dimos cuenta de algo de Whisky, con el cual aprovechamos a brindar otra vez por lo hecho y por hacer. Realizamos algunos contactos más y pronto comenzó el desfile de almas hacia el sector de dormitorios. Aún faltaba algo de energía que deberíamos cargar para estar al cien por ciento. Eso se notaba. Largo había sido el viaje y muchas las penurias.
        La ceremonia del desayuno, se repitió a diario como era de esperar, un día uno, al otro día otro se apersonaba primero, pero siempre terminábamos llegando a la mesa todos para desayunar juntos. En ese rato, armábamos ya el orden de labores para el día, así todo estaba organizado.
        Ese martes Antonio tuvo una de sus brillantes ideas. Sugirió que podríamos a la tarde hacer un recorrido en la zona, ver cada sector de la villa y conocer sus lugares más característicos; por lo que nadie se negó en absoluto. Decidimos que luego del café del almuerzo, saldríamos de excursión. Y así lo hicimos. No recuerdo en verdad que comimos ese día, pero sé que pronto cargamos los termos y salimos a pasear. Antonio casi como un anfitrión local, nos llevó por caminos de inconmensurable belleza, hasta lugares casi prístinos. Allí bajo un adorable sol la Patagonia mostraba su fuerza y tesón, se dejaba ver y disfrutar. Primero recorrimos el casco céntrico de la Villa Futalaufquen, sede de la Intendencia del Parque Nacional Los Alerces, visitamos su histórica capilla, también los lugares comunes como callejuelas y senderos. Más tarde con rumbo sur oeste, nos fuimos hacia un reducto conocido como Puerto Limonao. Allí donde se puede acceder al lago sin problemas, existe un singular muelle de amarre, para las embarcaciones que sortean las aguas heladas del mismo y, que también nos permitió ser receptores de una sorpresa por parte de Antonio, quién ya la tenía preparada.
        Primero el amigo nos explicó detalles, nos dio cifras y habló de los incendios forestales, luego y de a poco, nos llevó junto al espejo de agua. Allí yacía impoluta y fría, verde y con reflejos. Era solo una pequeña parte del inmenso lago, pero bastaba y sobraba como muestra. Antonio entonces, descendió por la escalera hasta el nivel de cota y extrayendo un hermoso vaso de su bolsillo, nos invitó a beber agua de la Patagonia. La singular propuesta nos conmovió, pues además de degustar ese líquido proverbial, dijo unas palabras que causaron verdaderos nudos en la garganta de todos los ahí parados como tontos. Muchachos… quiero que beban esta agua y que juntos brindemos por el éxito del evento, pero además quiero agradecer dos cosas. La primera que me invitaran a sumarme, a ser parte de este hermoso grupo y la segunda, que me hayan acompañado a disfrutar de esta tierra que considero mi segundo hogar. Obvio está decir que prorrumpimos en un sincero alegato de amistad y dimos gracias a Dios por habernos permitido semejante viaje. Y a nuestro amigo por ser sin dudas una buena incorporación. El paseo continuó por las hosterías que allí se encuentran, una de ellas casi casi, fue el destino de la expedición antes que nos dieran acceso a todas las comodidades desde la Administración de Parques Nacionales. Más tarde un mirador, la playa principal, los campings los restantes balnearios y un viejo y derruido puente      carretero. Cuando las sombras se abalanzaban sobre los últimos reflejos solares, regresamos a la cabaña.
        Bastaron unos pocos minutos para organizar como seguiría la noche. Primero, cada uno recurrió a su baño para dar rienda suelta a los mensajes que enviaba el organismo. Luego se fueron encendiendo las estaciones y comenzó la maratón de contactos. Roberto y yo nos dimos una ducha y ya como nuevos hicimos lo que correspondía. Él arrancó con la estación de digitales, yo; me dispuse a preparar la cena. No sería muy compleja, pero serviría. Un rico plato de sopa, algo para picar y una ensalada de atún con papas y cebollas moradas.
        Luego de la cena, los contactos siguieron hasta la madrugada, siempre aparecía un amigo que deseaba saludar y manifestar su aprecio. Ya nos habíamos recuperado, por lo que  podríamos darnos el lujo de trasnochar. Antonio se fue a cenar con su gente y volvió más que exultante con otra idea. Le habíamos dicho que le esperaríamos para el café y así fue. Pero además nos trajo de regalo un rico chocolate que enviaba la maravillosa Gina; su esposa. Chicos, tengo una ideota para mañana, a ver qué les parece. Resulta que si todo sale como Ariel lo ha previsto, el jueves deberíamos ir a visitar el Alerzal Milenario, ¿no es cierto? Si señor. Tiene razón el viejito!! Bien, si el jueves vamos para allá y hoy es martes y el viernes comienza el evento y necesitamos estar muy atentos; ¿qué haremos mañana? Eso viejito ¿Qué haremos? Pues bien, yo propongo si Uds. no se molestan, ir mañana temprano de mañanita a visitar Esquel, Teka, el dique y algunas otras cosas, como por ejemplo La Trochita. ¿Qué les parece? No se hable más!!! Sentenció Roberto, mañana salimos de excursión para conocer y ver si podemos comprar algo como para llevar a las casas!!! Obvio que nadie dijo nada cheeeeeeeeeeeeeeeee!!
        El miércoles amaneció fresco pero con un cielo diáfano y totalmente celeste. Desayunamos muy temprano y al poco, salimos de excursión. Antonio iba más que feliz, nos contaba todo, nos mostraba ídem, estaba dichoso de poder hacernos conocer ese maravilloso rincón de nuestra patria. El recorrido fue largo y muy completo, hubo de todo menos comida. Ya habíamos dispuesto no perder tiempo en esas minucias para poder disfrutar mucho más. Así que todo fue fotos y vistas, paisajes y charlas, goce y alegría. Terminamos pasado el mediodía en un supermercado La Anónima, haciendo la compra generalizada de todo lo que teníamos enlistado.
        El regreso fue muy placentero y vale decir que volvimos llenos de hermosos paisajes y felices de lo recorrido. Tal es así que no almorzamos, dimos cuenta de un café y unas galletas, para descansar un rato y llegar a la cena. Claro que se impuso la siesta un rato y el baño, y el fernet, y…
        La noche llegó con decenas de contactos y mucha algarabía. Nos visitaron varios Guardaparques incluso el Payo, también los hijos de Ariel con su abuela y  primos. Anque algunos amigos del barrio. La cena se sirvió medio temprano, como para equiparar los deslices horarios, pero no por eso fue frugal. Milanesas a la napolitana con ensalada mixta y sopa.        Al otro día nos esperaba una jornada única que deberíamos aprovechar para sacar la esencia de todo lo que significa este parque para el mundo. Iríamos al Alerzal Milenario, un santuario donde el alerce alcanza los 60 metros de altura y nada menos que cuatro metros de diámetro con unos 2700 años de vida.
        Como en el día anterior desayunamos temprano y partimos rumbo a Puerto Chucao, un singular paraje donde el Río Arrayanes es la antesala al embarcadero en el cual abordaríamos una lancha de la administración para ir hasta el Puerto Sagrario, y visitar a los alerces abuelos. Mis amigos estaban preocupados por mí, ya que mi renguera hacía muy dificultosa la marcha en las casi tres decenas de miles de metros que había que recorrer hasta el puerto. Roberto en especial, siempre tan solícito y preocupado por mi bienestar, no dejaba de acosarme con preguntas sobre mi estado y como andaba la cosa. Se quedó tranquilo cuando le dije que el marchara delante, que yo a mi ritmo llegaría detrás el grupo. Sabía que era largo el camino pero, casi no tenía dificultad por altura o trabas en su recorrido. Lo podría hacer o lo haría de todos modos. Lo que era lo mismo.
        Me costó bastante, a no dudarlo, pero lo logré. Y a solo unos cinco minutos del grupo mayor, arribé al muelle. Allí estaba Carlos esperando tal lo dispuesto por su jefe. Él era el Guardaparque asignado a esa zona y como tal tenía el alto honor de llevarnos y guiarnos durante la jornada. Así que luego de colocarnos los salvavidas reglamentarios, partimos rumbo al otro extremo del parque. El viaje fue hermoso, lloviznaba bastante pero eso no impidió que pudiésemos disfrutar de todo lo que deparaba ese brazo del lago. Y para que decir lo que nos provocó la llegada a ese lugar único en el mundo en el que sus habitantes tienen más de 2700 años.
        Puerto Sagrario es algo así como el túnel del tiempo. Uno se apea de la embarcación y sus pasos lo retrotraen en el tiempo. Solo pensar que cuando nuestro Cristo nació, estos árboles ya eran viejos de 700 años, asusta. Las explicaciones verbales de Carlos, más las brindadas por la señalética es más que suficiente para sentirse un intruso. Que poco que somos!!
        Casi tres horas anduvimos de un lado a otro, yo con la pata a cuesta, visitando esos lugares. Fotos y más fotos. Asombro tras asombro, emoción tras emoción. Cada recodo del camino nos brindaba una sorpresa. Un ave, un árbol, una roca, un ruido, un sonido. Cada minuto nuestros sentidos se embriagaban de esa verdad ineludible que es la naturaleza. De su belleza, su paz, su singular modo de decir aquí estoy.
        La vuelta fue muy distinta, ya el sol había ganado la batalla con las nubes y por momentos se asomaba expectante para ver o vigilar que hacíamos nosotros; allí en su reino. Pudimos ver en su total magnitud el Glaciar Torrecillas, pasamos muy cerca de la costa para deleitarnos con sus vericuetos y hasta nos dejamos llevar al garete por las mansas aguas verdes turquesas del lago.
        Cuando llegamos a la cabaña, nuevamente nos embargó la paz y la felicidad de saber que estábamos haciendo lo que nos gusta, lo que disfrutamos, lo que sentimos en el alma. Y eso, eso no tiene precio alguno.
        Como almuerzo merienda cena;  preparé algo rico para que mis amigos no me quitasen el título del cheff oficial. Así que al atardecer dimos cuenta de un variado y pintoresco conjunto de platos. Salchichas con mayonesa y mostaza, papas al natural con mayonesa y verdeo, sopa crema de arvejas, picada de salame y queso y focachas con queso y aceitunas. Un manjar.
        Nuevamente la noche dio para la charla y los contactos, el café y el whisky, y también para programar los próximos días que serían el fin de semana que esperamos más de un año. Se notaba la excitación, la expectativa de cómo sería la recepción del evento y la respuesta de los amigos que se habían comprometido a participar desde distintos parques. Todo era un misterio, pero eso no nos quitó el sueño. Así que a eso de las dos de la mañana, nos fuimos a dormir. Esta vez, con una grata sorpresa. Por la tarde, cuando nosotros no estábamos, había llegado una Guardaparque que estaba haciendo su recorrido de aproximación a las distintas Áreas Protegidas, conociendo cada una en un raid de casi dos años, en el que conocería sus particularidades, la historia sus sectores. Es decir como se dice en el ambiente, conociendo el terreno in situ.
        La joven niña, de nombre Georgina Carattoni, salteña para más datos, estaba bastante incómoda. Le habían dicho que estaba ocupada la cabaña, pero se dio con seis viejos “verdes” que tenían todo copado. Ella llegó con sus bártulos en un par de cajitas, pero nosotros teníamos todo ocupado. Freezer, heladera, armario, cocina, baños, etc. Cuando llegó, su cara era de trauma, nos miraba como quién se defiende de caníbales. Y cometió un error, craso error. Pretendió ocupar el lugar en los fuegos para hacerse de comer. ¿Con nosotros ahí?  ¿Comer fuera de nuestra mesa, sentada en un rinconcito? La piba estaba de la re nuca, ni idea tenía que frente a ella estaban los mejores anfitriones de la radioafición nacional. El Grupo Eco Radio.
        Le paramos el carrito cuando sacó una ensaladita de esas compradas, picadas a máquina y envasadas en una fuente cubierta con film. La que pretendía comer con un trozo de queso envuelto ídem. Yo con la reverenda cara de ogro que me caracteriza, le pregunté ¿que pretendía hacer? Roberto, afable y educado le explicó. Mira viejita!!! Mientras nosotros estemos aquí; vos sos nuestra invitada de honor. Comes con nosotros, todos los días y deja todo guardado porque como viste, hay de sobra. Bueno, dijo la pende, gracias Don Señor. Rmmmrrnn Roberto, soy Roberto. Si… dile viejito que es lo mismo argumentó Beto.
        Luego de verla comer y dar cuenta de todo lo que le pusimos cerca, nos dimos cuenta que estaba como diría mi abuela, falta de olla. Cosa que quedó dilucidada en el desayuno del viernes, cuando nos contó que hacía un par de meses que comía mal, porque donde estaba no podía casi hacer de comer por las condiciones del lugar, y climáticas. Al parecer el Parque Nacional Mburucuyá tiene sus cosas. Pero lo peor de todos chicos, es el calor, te mata hace como 60º es de loco y la humedad!! Realmente fue dura la estadía. Y ni les cuento las arañas, las víboras y todo eso. Mnnnnnnmmmmm de loco. Che!! Que rico y variado que cocinan Uds. no???
        Así llegó a nuestras vidas la flaca esquelética que adoptamos como una más. Se interesó por lo que hacíamos, como lo hacíamos, el alcance y mil cosas más, a la vez que cada tanto revisaba que podía comer a la pasada como para no perderse nada. Le comunicamos oficialmente que el viernes habría puchero criollo para el almuerzo y ropa sucia para la cena. Se quedó atónita. Que??? En serio??? Van a hacer puchero aquí??? No me jodan!!! ¿Díganme que compro para colaborar? Nada, vos solo vení y listo sos como siempre invitada.
        Así llegamos al viernes con una carga emocional muy fuerte, estábamos donde queríamos, haciendo lo que nos gustaba y a horas de ver qué pasaba con nuestro proyecto de hacer conocer los parques. Todo fue vertiginoso ese día. Desayunamos, verificamos equipos, antenas, cables, pusimos otras antenas, quitamos otra, y largamos los llamados muy temprano por la mañana. Y grande fue la sorpresa cuando nos salieron a la palestra varios parques, en los cuales nuestros camaradas ya estaban instalados y haciendo de las suyas. San Guillermo, Talampaya fueron algunos de ellos. Más tarde llegaría el resto. No todos eran adelantados.
        La cuenta de contactos fue creciendo cada hora, había mucha gente que ya nos buscaba con pasión, además compartíamos el fin de semana con el Fin de Semana de las Estaciones Ferroviarias por lo tanto, muchos colegas andaban de un lado a otro en la banda para encontrar activaciones. Grata sorpresa fue recibir a la familia de Ariel que vino a visitarnos y darnos el gusto de que él mismo, radioaficionado también, pudiera hacer varios contactos con colegas de otras latitudes, transmitiendo desde sendos parques o reservas. Todo era alegría y felicidad, habíamos triunfado sin dudas. El encuentro era un éxito insoslayable.
        El sábado no fue distinto a otros días, desayunar, encender equipos, controlar todo y largar los llamados a CQ, buscando colegas. El almuerzo a pedido general, fue tranquilo, degustamos pollo al horno con papas y ensalada. Había que guardar lugar para la cena, que se las traía. Ya que ha solicitud de Roberto, hube de preparar unas empanadas criollas. La flaca salteña, se comprometió a colaborar con la hechura de ellas, pretendiendo que como era de la Linda, sabía mucho sobre el tema. Ya lo veremos!!!
        Fue muy fuerte el cambio de clima, la humedad y las nubes dieron lugar a un cielo estrellado único, que aportó frío que ya se sentía. Nada del otro mundo, pero requirió una camperita para andar por ahí. La cabaña, más que acogedora invitaba a disfrutar de las charlas, los contactos, el mate, el fernet y la amistad. Su estufa Tromen era el mismo fuego del averno, así que no solo calentaba el espacio, sino que nos ayudaba con la cocción de algunas cosas y a secar rápido la ropa en los días que la humedad era alta. Para colmo, Ariel nos envió un camión de leña para la estufa, así que no había problemas de quedarnos sin ese material.
        El sábado a la noche, me desligué de la responsabilidad de trabajar en la cocina, al fin me habían dado un respiro. Bueno, es un decir, porque ya había batallado con el relleno durante la mañana, con la hervida de huevos y la picada de las cebollas de verdeo. Así que poco le quedaba a la salteña y al riocuartense de Carlos. Llenar las tapas, lo hace cualquiera ¿O no?
        Cuando me senté en la estación de radio, ya había varias centenas de contactos acumulados por mis compañeros y yo, que de a ratos había hecho por surte mucha radio también. Según Roberto, yo solo debía estar hablando, los chicos harían el resto. Así que mucho no podía hacer, por lo que arranque con el CQ. Las empanadas empezaron a tomar forma al rato, y se veía que en verdad la flaca al menos sabía armarlas. Ella y Carlos demoraron poco tiempo en acabar el relleno, e iniciar la cocción.
        Para ser verdaderamente honesto y crítico,  las empanadas estaban buenas. Todos comieron a rabiar, pero… algo no estaba bien en la masa y a mí, en lo personal, no me terminaron de gustar. No habíamos hecho la masa, y tampoco conseguido alguna marca conocida; por lo que recurrimos a una ignota La Anónima que nos surtió el súper. Y a mi gusto se cargaron de aceite, como si las hubiéremos fritado no hecho al horno. Parecían más de vigilia que criollas, pero nos las acabamos a toditas.
        Como siempre el Roberto no pudo con la suya, por lo que con un amplio argumento de moralidad internacional, me pidió que hiciera el estofado para el domingo, y que él con Carlos, harían los tallarines. No me pude negar, después de todo era cierto que habíamos hecho lo mismo en la Isla de Flores, por lo que no tuve excusa alguna que argumentar. Luego del desayuno hicimos el tuco y los fideos a la vez que llamábamos por radio, pro habría una sorpresa más. Si otra.
        Ariel nos envió a su emisario oficial, el padre, el viejo Antonio, nuestro amigo, para invitarnos a degustar un rico cordero a la llama. Como se hace en el sur. Bien patagónico. Tampoco pudimos rehusarnos así que allá fuimos, postergando los tallarines para la noche. La juntada fue hermosa, toda la familia Rodríguez, más algún colado y nosotros. Comimos debajo de un gran ejemplar de alerce al sol y con el viento patagónico echando a volar nuestros cabellos. La pasamos bomba. Y a los postres, cumplimos con nuestras costumbres, la entrega de pines, recuerdos y diplomas a los anfitriones. La emoción embargó a todos y se escucharon las promesas de volver a revivir todo aquello o, en el caso de Ariel, de algún año sumarse a la activación en otro parque de nuestro grupo.
        Para que hablar de los tallarines… sería un caso perdido. Siempre lo casero es superior y otra vez quedó demostrado que mis amigos clara la tienen con eso de mezclar huevos, harina, sal y agua. Del tuco no hablo porque me da vergüenza.
        Esa noche, Georgina tuvo un desliz, se dejó llevar cuando hablaba por teléfono con su mamá y sus dichos, nos hicieron una profunda yaga en el corazón. Mamaaaaaaaaaaaa!!! No sabes qué bueno que son estos pibes, son hermosos. Re piolas, educados, re organizados, súper atentos saben hacer de todo, y ni te imaginas como cocinan. No sé qué voy a hacer cuando se acabe la comida que me dejaron, buhaaaaaaaaaaa me quiero morir. Plop….!!!!!!!!!
        Ya habíamos acordado con los chicos, que por la tarde a última hora habríamos de levantar la mayoría de las antenas, al menos las más difíciles de desarmar o complejas de embalar. Solo dejaríamos las de 40 y 80 metros para el último momento y así lo hicimos. De apoco, a medida que las bandas se cerraban, fuimos guardando cosas, acomodando las estaciones y preparando todo para ser cargado a la mañana siguiente. Antonio como siempre, vino con otra gran idea. Nos dejó saber que él viajaba de regreso solo, con su esposa Gina, solo con dos valijas y el equipo del mate. Que su camioneta iría con la caja vacía y por lo tanto podría él llevar la mayoría de la carga, permitiendo así que nosotros viajásemos vacíos y con poco peso. Realmente la propuesta nos pareció muy acertada y no dudamos en aceptarla. Sería mucho menos volumen y peso el que deberían llevar las dos restantes unidades, ya que aún estaba mi Kangoo en Picún Leufú esperando mi llegada.

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