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miércoles, 27 de junio de 2018

Narración del viaje al Parque Nacional Los Alerces 4º parte



        Tuvimos especial cuidado en la clasificación del equipaje y dispusimos de un sector de la cabaña para dejar todo acomodado a la espera de que Ariel y Antonio, lo cargasen antes de la partida, cosa que acontecería unos veinte días más adelante. Cuando miramos, grande fue el asombro. Si bien habíamos llevado menos de la mitad de lo que portamos en otras expediciones; era mucho bulto lo que aún quedaba en Alerces. Era sin lugar a dudas muy buena la idea de dejar cosas ahí.
        El lunes se repitió la costumbre de desayunar todos juntos, incluso con la presencia de Antonio y Gina, que quisieron estar presentes en la partida. Parecía que todos queríamos gozar de esos momentos como si realmente fueran los últimos de nuestras vidas. Entre pitos y flautas, partimos a eso de las 09:15 hs. El día no podría haber estado mejor predispuesto para acompañar nuestro viaje. Un sol gigante y el cielo celeste nos despedían de ese rincón único en el mundo; el Parque Nacional Los Alerces. Y a esa acción de despedida, se sumaron Ariel y Sergio, que en una rápida visita y dejando la camioneta en marcha; se acercaron a darnos fortísimos abrazos augurándonos buen viaje.
        No habíamos partido aún, ni siquiera habíamos abandonado la villa, cuando nos pegaba ya muy hondo la nostalgia y el dolor de la despedida. Ya queríamos volver, regresar al parque, a ver nuestros amigos.
        La ruta estaba bastante despejada, por lo que el viaje fue rápido y seguro. No quisimos siquiera, parar a tomar fotografías de algún lugar que no habíamos visto. Teníamos que llegar antes del atardecer a Picún, cambiar la carga de la Meriva de Gustavo a la Kangoo y reiniciar el viaje a Córdoba. Gustavo además nos había propuesto comer unas pizzas en su casa, antes de seguir, como para ya no parar y gastar al vicio en la ruta. Todo habría de cambiar, la última palabra no estaba dicha.
        Yo había quedado con el Polaco Andrés que llegaríamos al mediodía, a sabiendas de que sería imposible lograr eso. La cuestión era que el tuviera todo listo, como para no perder tiempo. No en mi caso ni en el de Beto, pero Roberto y Carlos, deberían trabajar el miércoles, por lo que perder tiempo al vicio era malo. Pese a todo, como mínimo llegaríamos a Picún a eso de las 18:00 hs. le daba por lo tanto un changüí a mi mecánico para dar los últimos retoques.
        Previendo el almuerzo, allá por Esquel, Roberto compró fiambre y pan como para hacer rancho donde nos agarrara el mediodía, cosa que se dio en las proximidades de la Villa Mascardi a kilómetros de Bariloche. Realmente no sé si el hambre o el viaje, pero cuando paramos devoramos todo lo que había, quedando algunos, como en mi caso particular; con ganas de más. Aún nos faltaban varias horas de viaje hasta alcanzar la localidad de Picún. Pero no cejábamos en el esfuerzo. A buena velocidad y seguros fuimos avanzando mientras la tarde caía tras de nosotros.
        Por alguna extraña razón desde que me había levantado, tenía una rara sensación. No la podía explicar, no sabía que decir, solo había algo que me alteraba. Me aguanté hasta que partimos de repostar combustible en la Confluencia del Río Traful. Gustavo me miraba y cada tanto hacía algún comentario como para cambiar mu humor, hasta que no aguantó más y me preguntó que pasaba. Estaba preocupado. Mira, le dije mirándolo a los ojos a través de los lentes de sol y a la vez quitándome los míos. Tengo el presentimiento que cuando lleguemos la camioneta no va a estar lista. Que algo nuevo surgió y por lo tanto no está terminada. Será un problema para más luego, pero lo presiento, no me voy a poder llevar la Kangoo. Noooo!!, no jodas hermano!!. Vas a ver que así será. Algo me dice que es así. Gustavo, te lo aseguro.
        Tratando de disimular la perplejidad, mi amigo trató de cambiar el tema y propuso que cebara mate o, que durmiera. Opte por lo primero, ya faltaba poco, solo un poco más de dos horas. Se develaría la incógnita.
        Tal lo predicho, llegamos a Picún Leufú a las 18:04 hs. y desde el vamos, al doblar la esquina del cuartel, me llamó la atención que la gorda no estuviera afuera, esperando a amigo. Le dije codeándolo a Gustavo, te lo dije o no. Aún no está lista. Minutos después me agarraba el segundo soponcio. Cuando entramos al taller, pateando perros por doquier, el Polaco estaba demudado. Su rostro macilento dejaba ver preocupación y la triste realidad. No había cumplido con lo propuesto ni prometido. Mi Kangoo, no estaba lista, es más; ni siquiera arrancaba. Si estaba armada a excepción del capó, pero no arrancaba.
        Hace dos días que estoy trabajando Don Héctor, y no puedo dar en la tecla de qué pasa. No hay forma que arranque. He variado el punto nueve veces pero ni siquiera intenta toser. Realmente esta camioneta me ha dejado muy mal. Le he fallado. La mirada se nos cruzó a todos y entre todos, mis amigos quedaron patitiesos y boquiabiertos. Un nuevo trauma se cernía sobre nosotros, estábamos como se dice; al horno y con papas. Solo atiné a preguntar, ¿Qué pasaba? ¿Qué veredicto tenía él sobre la posible falla? Don Andrés, aún más taciturno que antes, solo me dijo. No lo sé, no tengo idea. Me superó.
        Inteligentemente, mis amigos optaron por salir a la puerta, para poder así hablar a calzón quitado. No sé de qué hablaron, pero me lo imagino. Yo, en cambio, me quedé con el Polaco. Necesitaba deglutir esas palabras y todo lo que pasaba. La primera pregunta fue ¿Por qué? Solo eso.
        Tratando de parecer sereno y con aplomo de francotirador, rumbee para el portón y luego para el campo del cuartel de bomberos. Necesitaba aire, espacio. Miré al cielo y le pregunte a Dios ¿Por qué?, ¿Me lo merezco acaso? No tuve respuesta. Nadie me informó de nada. Ahora la cosa cambiaba de blanco a gris obscuro, y realmente se complicaba a tal punto que se tornaba inmanejable. Para cuando volví al taller habiendo derramado algunas lágrimas, Roberto y Carlos estaban metiendo mano con el Polaco, con la esperanza de que juntos descubrieran algo, un aliciente de que pasaba y como se podría arreglar. Era en vano decir algo más, mi rostro seguramente comunicaba mucho más que mis palabras. Y además, tampoco tenía palabras que verter.
        Cerré los ojos y ya sin invocar a nadie, me puse a mirar el motor, como queriendo, pretendiendo que me hable. Algo, una pista, una señal, algo que me guiara a que estaba funcionando mal. Solo eso pedía. Don Andrés y los chicos daban rienda suelta a las elucubraciones y también al burro, que pedía a gritos parasen unos minutos, ya no daba más. Pregunté cómo al pasar si había Don Andrés purgado el sistema de combustible; la mirada de reprobación y odio que recibí, fue apoteótica. Digna de una buena filmación en Súper 8. Claro paisano, me dijo disimulando su enojo por tratarlo de tonto. Más de una vez. Pero no se preocupe, se lo vuelvo a hacer delante suyo si gusta. Si, gusto. Por favor revisemos eso.
        El motor 1,9 giraba a más no poder, el burro se quejaba, Beto pulsaba la llave de encendido y Roberto tocaba cualquier cosa, como bendiciendo. Y a la vez, le daba manija a la palanca del “pajerito” o por su nombre oficial, el cebador mecánico. Don Andrés tomó una llave fija 17 y muy despacio fue aflojando uno por uno, cada caño de inyector. El gas oil manaba de la tuerca; una prueba irrefutable que el combustible fluía. Pero, no arrancaba ni a gancho.
        Me apoyé con ambos brazos asidos por las manos, sobre el guardabarros izquierdo y miré fijo nuevamente al motor. ¿Qué es lo que te pasa? Decime, háblame, rompe el silencio. Te juro que te reviento a mazazos pero que me voy, me voy con la camioneta. Nada. Beto solo atinó a decirme cálmate y el bueno de Roberto sugirió que ya aparecería el problema. Los miré agradecidos pero solo hice una mueca de desaprobación. La cosa iría más allá en contados minutos, así que más vale que se adaptasen pronto a lo que se venía. Me di vuelta y rengueando me acerque a la mesa de las herramientas donde había una caja repleta de piezas usadas que se habían cambiado en mi camioneta. Hurgue un poco y me quedé mirando los inyectores y las toberas que aún estaba azules. Esto es falta de combustible me dije. Alguna falló y otras siguieron la marcha el cinco de noviembre. Las que se taparon se recalentaron, el combustible frío, aunque poco, ayuda a la refrigeración de esas piezas. Miré nuevamente al motor y lo encaré con determinación.
        A la pasada tomé del banco una llave 17 y ataqué nuevamente los inyectores, o mejor dicho los caños que les llevan el combustible. Mentalmente comencé a mirarlos uno tras otro y di inicio al recuento. Pin uno, pin dos, pin tres, pin güe!! Y le tocó al inyector número dos. Aflojé el caño y si bien el Placo seguía dando arranque desde el habitáculo, y el motor giraba como un guaira muyo; no salía la cantidad de combustible que se necesitaba o, al menos la que yo creía que debía ser. Aflojé el tres, el cuatro y sentencié. La camioneta no tiene gas oil. O la bomba no anda. No hay presión en la tubería. Don Andrés dejó de dar arranque, Roberto se limpió los lentes y Beto dijo y… puede ser cualquiera. Para ese momento el Polaco estaba parado al lado mío puteando en su idioma y Beto ponía contacto para cerciorarse que el tanque tenía algo de nivel. Está lleno, dijo sin miramientos. Obvio respondí. Llenamos en Cutral Co y solo hicimos 21 km. si Don Andrés no lo quitó para alguna autobomba, así debería ser. Juro que no, esgrimió el europeo. Ahí está todo.
        Habiendo parado de dar arranque y siguiendo con la oclusión de los oídos por la presión sonora, no hablábamos, gritábamos. Esto alertó a Carlos y Gustavo que llegaron presurosos a ver qué ocurría. Poco demoramos en informarles correctamente. Don Andrés tomó su llave 17 y con más frustración que entusiasmo, volvió a aflojar uno de los caños y puso el dedo como tratando de obstruir la salida de combustible. Yo sabía ya que no saldría nada, pero me preocupó que algo ocurriera y por alguna razón el sistema se compensara y volviera a elevar la presión. Serían unos 140 kg/c y eso haría daño a sus dedos, sin dudas. Miré expectante.
        Dele arranque Ud. flaco, le indicó a Beto. Tres segundos después totalmente perturbado me miró y dijo. La bomba está rota, no tira presión. Espere que termino el café. Y salió también rengueando en búsqueda de un grasiento jarro con un corazón rojo y la inscripción I´love Picún. Los chicos volvieron a la calle tambaleantes y yo espere el regreso de Don Andrés que además incluyo en el parate un pis como para sumar tiempo y pensar que decir.
        ¿Qué hacemos Polaco? Inquirí curioso. Eso me pregunto yo amigo, ¿Qué hacemos? Respondió el europeo coterráneo de Karol Voijtila. Lo primero es sacar la bomba y llevarla al bombista, ver que dice él y si se puede reparar. Eso llevará como una semana, al menos hasta el fin de semana. Antes imposible. Voy a llamarle a Gustavo a ver qué me dice.
        Se apartó pues unos metros como para tomar aire y marcó el número en su celular. Gustavo????? El Polaco!!! Escúchame, tengo un drama con esa Kangoo que te hablé, etc, etc. Cuando colgó me informó que el vaticinio era que la bomba estaba destruida. Que había que sacarla y llevarla al banco para desarmar y ver que tenía. Yo mañana debo ir a control con el médico, así que ahora después de cenar la saco y la llevo conmigo. Si puede el pibe, me la hace para la tarde y al regresar la traigo. El miércoles la coloco, ajusto todo y el jueves Ud. se va y me deja de joder!!! ¿Qué le parece? Me parece muy bien, hágalo que me quiero volver. Mañana le llamo y me cuenta.
        Ahora se iniciaba la fase, manda al carajo el secreto. Había que decirle a la Beba, mi vieja que no iría a La Falda en unos días y dar una explicación razonable de cuál era el problema. Gustavo me tomó del brazo y retirándome del taller me explicó que su casa estaba disponible por el tiempo que fuera necesario, que solo aceptara y me fuera con él. Ya veríamos como le dábamos solución. Dicho esto se acercó a los amigos y comentó lo que me había dicho. Escuché que Carlos le preguntaba y el ¿Qué va a hacer? Se queda. Sentenció firme Gustavo.
        Llamé a casa ensayando como ser convincente. Cuando mamá atendió ya se había dado cuenta que algo no estaba bien. Con palabras cortas y sencillas le expliqué que la bomba de combustible dejó de funcionar, por lo que no podría seguir viaje. Que había dado con un viejo piola que además era bombero y que si todo estaba bien, para el viernes, podría llegar a casa. La vieja en su ignorancia me consultó por la plata, si tenía, si me alcanzaba y otras cosas. Dije a todo que sí, aunque sabía que eran mentiras. El dinero con que disponía no me iba a alcanzar ni de casualidad, pero eso era harina de otro costal. Quédate tranquila que no pasa nada malo, solo es un fierro y estos se rompen cuando menos lo pensas. Tenía por cierto los dedos de la mano derecha cruzados en la espalda.
        Cuando volvía para hablar con Don Andrés, Gustavo me pidió que averiguara la dirección del bombista, como para que pudiésemos ir a ver qué onda. Así lo hice. Calle Avellaneda 240 dijo el Polaco, a lo que Gustavo resopló, eso es a la vuelta de casa. Bárbaro.
        Minutos después seguíamos marcha, esta vez con parada obligada en Neuquén. En la casa de Gustavo nos esperaban una picada y cerveza. Lo que no era poco, viendo la hora. Cerca de las 21:30 hs.
        Viajamos rápido y se habló poco, solo el Roberto consultó por radio mi estado y de cómo me veía el Gustavo a mí. Cuando llegamos entre el batifondo que amaron los perros de la familia; Mingo y Mila, salió con los brazos abiertos Alejandra, la esposa del Gustavo. Me abrazó muy fuerte y con ojos casi llorosos, me dijo que todo se iba a arreglar y por lo tanto no debía hacerme problema. Lo que pasó pasó, lo demás es historia. Larga, difícil, pero historia al fin. Pasa y date una ducha, luego hablamos. Posteriormente se dedicó a recibir a su esposo y al resto del equipo. Bienvenidos, esta es su casa. Pasen.
        Mi grado de congoja era tal, que poco o nada se me ocurría decir es esos momentos, solo quise sentarme y beber algo fresco. También accedí a una picada enorme que nos preparó Ale, de la cual dimos cuenta con los amigos. Quédate tranqui, deslizó Gustavo. Ya veremos cómo sigue la cosa. Lo mejor ahora es relajarse y vivir el momento. Aquí tienes el lugar por el tiempo que necesites, así que solo deja que las cosas fluyan. Si viejito, agregó Roberto, lo que pasó ya se sabe, ahora hay que ver que hacemos a futuro y como lo solucionamos. No vale la pena hacerte drama. Más o menos los mismos argumentos soltaron Beto y Carlos y en verdad así era la cosa. Poco o nada se podía hacer. La baraja había sido dada y la mía, la que me tocó en suerte, se había volteado.
        Luego de un rato de mascullar y contener el dolor, me levanté y llamé a la vieja, como para hacerle saber que ya estaba instalado y que por lo tanto se quedara tranquila, ya que estaba a buen resguardo. Cuando colgué lo medité un poco y luego desistí. Quería llamar a mi amigo y hermano Pachi, con quién compartimos muchas cosas en el diario vivir, incluso como dije; el poseer una Kangoo. Para que, dije para mis adentros, que gano con que se ponga mal. Nada.
        Mientras caminaba hacia la mesa a acabar el vaso de vino que tenía servido, sentí vibrar el celular en mis manos, no había alcanzado a sonar la alarma cuando ya atendía el llamado. No miré quién era, solo dije. Hola??  Escuchame che!! ¿Qué pasa con vos? ¿Por qué no me avisas lo que pasa? En un rato salgo con Lucas para allá a buscarte. Era mi amigo Pachi, quién alertado por la Beba de lo que acontecía; se ponía en marcha para garantizar mi retorno. Menos no podía pedir de él y de mi sobrino.
        Ehh hermano, que pasa? No te pongas de la nuca, no pasó nada no al menos más que lo que ya había pasado. Resulta que la bomba también está muerta, traté de explicar como para que el entienda y se quede tranquilo.
        Mirá Tío Héctor. Vos te mandaste una macana bárbara como ya te dije. No tenías que haber abierto el  motor. Cuando se rompió lo cargabas en un batea y se lo traes al Cuquín hasta la puerta del negocio y que te lo devuelva cuando lo termine. Ahora metiste la pata, ya no hay vuelta atrás y van a seguir surgiendo dramas, ya verás. ¿Cómo sigue el asunto? Porque según lo que me digas ya parto para el sur y la traemos a remolque.
        La cosa es así Pachi, resulta que bla, bla, bla y también bla, bla bla. Pero estoy tranquilo, con ganas de llorar, pero tranquilo. A medida que tenga información te la paso, te lo prometo.
        Bien entonces hacemos lo siguiente. Fíjate en la semana cómo evoluciona todo, si llegado el viernes ya pinta mal, pará al mecánico y me llamas. Yo te voy a buscar y luego vemos que le hacemos nosotros aquí en La Falda. No gastes más de la cuenta y no te pongas de la nuca. ¿Me entiendes?
        Yo te aviso como sigue la cosa, vos prepara todo por las dudas y vemos. Por ahora espero a ver que dice el bombista. Lo que si te pido es que le pegues una mirada a la Beba, porque ahora si se va a poner loca mal. Acuérdate que no sabe nada de lo que pasó, solo que ahora, al volver se rompió la bomba.
        Listo, quedamos así.
        La noche invitaba a quedarse al fresco, en la ciudad de Neuquén, pero ya veníamos con varias horas de manejo y el cansancio era evidente. Así que la plática solo duró un rato y todos marchamos al dormitorio a descansar. Gustavo y Ale, habían previsto el departamento de su cuñado, para que lo utilicemos, así que lugar había de sobra. Nos ubicamos como pudimos y el cansancio hizo el resto.
        A la mañana el desayuno fue diferente a lo que habíamos disfrutado la semana anterior. Ya no había risas ni charlas amenas, todo era lúgubre y sonaba trémulo a los oídos de cualquiera. Mis amigos debían dejarme y eso no les agradaba. Necesitaban decirlo y cada uno lo hizo, esgrimiendo sus realidades y obligaciones. Traté de que se calmasen y entendieran que yo comprendía lo que pasaba y el momento que estaba viviendo. Estaba bien, tenía donde quedarme y por otro lado, dependía de lo que pasara de aquí en más con el mecánico bombista.
        El primero fue Roberto, le siguió Beto y por último en la despedida Carlos. Cada uno a su forma, con sus palabras fueron depositando en mis manos, sendas sumas de dinero con la cual confiaban pudiera hacer frente a lo que podría venir. Ellos sabían de mi necesidad y asistían con lo que podían para ayudar a pasar el trago amargo que me tocaba vivir. Luego veríamos como podríamos devolverlo.
        La partida fue triste, a no negarlo. Cargados más de la cuenta e incómodos, partieron de Neuquén a las 08:15 hs. del martes y deberían afrontar más de mil kilómetros antes de llegar a Río Cuarto. No les sería fácil el viaje, pero al menos se irían con la tranquilidad que quedaba en buena compañía y seguro en casa de amigos. Quedamos con ellos en que nos mantendríamos en contacto permanente.
        Ese día digamos fue de meditación. Alejandra no trabajó así que charlamos mucho con ella mientras mateábamos. Luego hubo descanso siestero hasta que llegó Gustavo, con quién también hablamos mucho.
        El miércoles por la tarde, fuimos a ver al especialista a ver que nos decía al respecto de la bomba. Y lo que dijo, no fue grato. ¿Ahh Ud. es el de la Kangoo azul de La Falda? Si, el mismo que viste y calza amigo. ¿Qué tiene para decirme de mi bomba inyectora?
        Mmmmmmmmmmmm mire, su bomba está destruida, se hizo pedazos. La ha tratado muy mal Ud. porque es poco lo que se puede salvar de ella. Pase y vea, pase, pase.
        Cuando ingresamos al taller, el mismo parecía un quirófano, todo era reluciente, todo acero inoxidable y pulcramente acomodado. Daba lástima pisar ese lugar y ahí, sobre el banco, estaba mi bomba junto a otras tres más, en total estado de inmovilidad. Es más, se podría haber confundido uno y pensado que habían estallado. Cada pieza estaba minuciosamente acomodada, limpia y ordenada por sector. Todo estaba allí, como diríamos despanzurrado y esperando el visto bueno para ser reparado.
        Mire gaucho, esto no sirve, esto tampoco, esto menos, aquello igual, los sellos hay que cambiarlos y como si fuera poco, esto tampoco. Es un desastre. La destruyó.
        Paisano, yo no hice nada lo juro. No la pasé de temperatura ni ocho cuartos. Solo se sopló la junta de tapa, nada más.
        Si pero fue tan grande el daño que arrastró todo, yo fui también quién le reparo los inyectores, y cambió las toberas. Todo estaba destruido, fue un desastre. Yo la bomba se la reparo, pero primero están estas, luego la suya. Con suerte para el viernes la termino.
        Hágale nomás paisano, estoy al horno. O la arreglo o me quedo a vivir aquí. Nos estrechamos las manos y pese a mi insistencia no hubo forma de que aceptara un solo peso por adelantado. Cuando termine le cobro, ya ha pasado Ud. por malos momentos, no se preocupe
        Así que poco o nada quedaba por hacer, a no ser de esperar y esperar.
        Aprovechó Gustavo entonces, para llevarme a conocer la ciudad y visitar los logares más característicos que ella posee. Me hizo bien el paseo ya que me sacó de la desesperación. Realmente era bien bonita Neuquén, merecía la pena recorrerla.
        Pasé esos días entre charlas, y paseos con Mingo y Mila, dos hermosos perros que acompañan en sus días a Gustavo y Alejandra. Hincha coquitos como pocos, pero unos dulces hermosos. Cariñosos, educados, y compañeros. Se sumaron una cena entre amigos a la que fui invitado y un viaje a General Roca a buscar a otros dos hermosos seres, que son los hijos de Gustavo. Los mellizos. También algo de televisión y largas rondas de mate.
        El viernes por la tarde tuve respuesta del Sr. Gustavo, quién me informo que mi bomba estaba en al banco y funcionaba muy bien. Que fuera a probarla. No nos hicimos esperar, a los pocos minutos allí estábamos paraditos viendo ese artefacto reluciente y aún con temperatura por la prueba a la que había sido sometida.
        A quedado muy bien, aclaró Gustavo ante mi mirada inquisidora. No creí que fuera a quedar así. Lo único que resta es esta válvula que yo no cambié porque es muy cara, $ 2.800.- Pero en general todos las bombas como esta, no la tienen funcionado o funciona mal. Se corrige el avance y listo, queda andando. Me pareció que hacerle gastar ese dinero le haría más daño, así que opté por no cambiar nada. Pero tenga presente que en algún momento habrá que hacerlo, así que vaya juntando plata.
        Ok. Entonces puedo decir que así como está anda, que si todo quedó bien, me puedo ir a Córdoba. ¿O me equivoco?
        En lo que a mí respecta no tengo dudas delo que hice. La bomba funciona muy bien y parece que no sufrieron otros componentes  a no ser los que ya le marque. Si todo lo otro que le hizo el Polaco funciona, esto también lo hará.
        Muy bien, espero que así sea por voluntad de Dios. ¿Cuánto le debo paisano?
        Son $ 7.800.- le hago una rebaja de dos mil, mire que tenía anotado. Tuvo tantos dramas que lo menos que puedo hacer es darle una mano para que se vuelva.
        Quince minutos después, tenía en mis manos la bomba empaquetada y estábamos yendo a la terminal en búsqueda de un ómnibus para irme a Picún.
        Esa noche no dormí, me la pasé pensando en todo lo que había vivido y orando porque ya el drama llegara a su fin. Si Dios así lo quería, a más tardar el lunes por la noche podría estar en casa. Tranquilizando a la vieja y viendo como seguía juntando el dinero para pagar las deudas.
        Alrededor de las 08:10 hs. me subí al ómnibus y una hora y media después llegaba a Picún Leufú. El Polaco me estaba esperando con su auto y partimos al taller. Había llevado una muda de ropa como para ayudarle en algo, así que me cambié y dispuse en colaborar. Armar todo llevó como tres horas, era mucho lo que había que conectar. El tiempo corría salvajemente y mi corazón se estremecía por escuchar ese motor funcionar. Pero, faltaba mucho aún.
        Cuando el sol estaba en su zenit, Don Andrés dijo algo que me dejó perplejo. Ya estamos en el mediodía, así que vamos a poner algo al fuego y luego, con la panza llena; terminamos la labor.
        ¿Cóoooooooooooooomo, Quéeeeeeeeeeeeeeee? ¿Ahora que casi está listo vamos a parar a comer? Un mal rayo me parta, lo parió. Picún es un pueblo en mitad de la nada, que podía hacer yo contra las costumbres de sus paisanos. Así que me rendí ante la evidencia, no trabajaríamos al menos por unas horas.
        Con toda la paz en sus venas el Polaco me invitó a salir de compras, además incluyó un city tour y varias presentaciones a los ocasionales encuentros con los lugareños. Compramos varias costeletas, unos tomates y pan. Y como si nada pasara en el mundo, nos volvimos a las casas! Ud. paisano se encarga de la comida, mientras yo sigo armando algunas cosas. Luego veremos.
        Así fue como de mecánico de medio tiempo, pase a cocinero en la casa de Don Andrés. Utilizando un viejo y usado disco de arado, preparé unas costeletas y las acompañé con una ensalada de tomates, de lo que dimos cuenta en un abrir y cerrar de ojos. Luego vino una muy larga sobremesa que para mí desazón se tornaba interminable. Eran como las cuatro cuando el Polaco sentenció que se tiraría solo quince minutos para estirar la espalda y descansar las piernas, mientras yo podía hacer lo mismo en la cama de su hijo que estaba libre. Decliné la invitación, no porque no lo necesitas, sino porque me parecía imprudente. Pero ¿Qué podía hacer a esa altura de los problemas? Mientras el amigo despuntaba un sueño, lavé los platos y me preparé un café.
        Puntualmente, tal como había dicho, el paisano europeo re apareció en la cocina, bien peinadito y con la cara lavada. Ya había descansado, ahora tomaría su café y luego arrancaría.
        Lidiamos unas tres horas más en poner a punto e encendido y tratar de que el motor marchara. No había forma. Cuando lográbamos que arranque, la temperatura se volaba y fumaba como una locomotora. Algo seguía andando mal. El punto estaba fuera de lo normal, corrido más de la cuenta. Costaba mucho que encendiera y sonaba como una coctelera. Seguía la maldición.
        No hubo forma alguna que pudiésemos dar en la tecla. No quería andar bien la Kangoo y se empecinaba en hacerlo saber. Cuando a las cansadas pudimos sostenerla en marcha unos minutos, largaba más humo que un incendio forestal, pero igual decidimos salir a probarla a la ruta. Nos dejó tirados a los pocos kilómetros. Definitivamente había un problema y grave pro cierto.
        Llegamos con lo último al taller de regreso. Yo estaba abatido y el Polaco mal disimulaba du enojo. La camioneta venía ganando la partida.
        Con lágrimas en los ojos, pregunte que creía él que podía pasar. Me respondió con su auténtica franqueza. No lo sé, no tengo ni idea que le pasa. Me rindo, me venció esta porquería. Todo lo que se podía cambiar y arreglar se hizo, ahora no sé qué tiene. Voy, eso sí, a llamar al Gustavo a ver qué opina. Cosa que hizo de inmediato.
        Luego de dar una larga explicación, el especialista le sugirió que la válvula que no se había cambiado podría ser la causa, pero que quizá hubiera otras. Le pidió que le lleve la bomba, los inyectores y que él los probaría en el banco. No tenía opciones y no se le ocurría nada más.
        Charlamos con el Polaco unos minutos y decidí que hasta ahí había llegado yo. No me quedaba dinero disponible, mi madre estaba sola en La Falda, desesperada y esperándome. Además ya había perdido varios días de trabajo por no estar en la ciudad, debía volver urgente. Eso le comuniqué al amigo y estuvo de acuerdo en virtud de lo vivido en esos días. Pactamos algunas cosas y me alcanzó a la terminal, donde los colegas de Vía Bariloche, me llevaron gratuitamente hasta Neuquén. Había traicionado a mi gorda, pero no podía hacer otra cosa. Confiaba en el Polaco y por lo tanto aquí la dejaba.
        Ya en viaje hacia la ciudad capital, llamé a Gustavo para avisarle de mi decisión y para pedirle que me fuera a buscar a la terminal. Me sentía abatido, cansado, triste y solo. No eran pocas cosas, así que la cosa me tenía preocupado. Entre el viaje y el trasbordo al auto de Gustavo, agregando el recorrido hasta su casa, llegué casi a las doce de la noche. Los chicos me estaban esperando para cenar y charlar un rato. Tanto Alejandra como Gustavo, apoyaban la idea y comentaron que les parecía una decisión atinada en vista a todo lo ocurrido. No podía hacer más, había muchas cosas por resolver y muchas más por entender. Irme a casa, al menos pondría algunas de ellas en orden.
        Llamé a mamá muy tarde esa noche, casi como que la asusté, pero valoré que saber que yo había tomado la resolución de volver al rancho; le pondría contenta y la dejaría tranquila. Si Dios así lo permite, dije no muy convencido, mañana salgo para allá y ya el lunes estaremos juntos. Quédate tranquila y descansa que todo está bien.
        Alejandra me aclaró que como despedida iríamos a la casa de sus padres a almorzar el  domingo, porque ellos querían conocerme y mañana, sábado, vamos a cenar a la casa de algunos amigos de la radio, para cambiar el aire. Digamos entonces, que esas salidas al menos me distraerían un rato y predispondrían a asumir lo que aún estaría por venir.
        Habiendo pasado una velada hermosa en casa de los amigos del RC. Neuquén, con rica cena y mejor vino, nos levantamos temprano y rumbeamos para la casa de los padres de Alejandra, donde al llegar, ya nos esperaba una rica picada. Antes de entrar, me fui a la terminal que está a solo metros de la casa y me aseguré el boleto para el servicio de esa noche, directo a Córdoba. Ahora, podría pues esperar tranquilo hasta la noche.
        El asado estuvo de órdago y la charla igual. La gente se preocupó por todo lo que había pasado y solo recibí palabras de entendimiento y deseos de que todo terminase bien. Mucho agradecí ese apoyo y aún mucho más el cariño dispensado. Luego del postre, volvimos a la casa de Gustavo para descansar y posteriormente terminar con el bolso.
        La siesta fue placentera y reparadora, y si bien estaba excitado por el viaje, mi corazón descansaba en paz, sabiendo que había yo, hecho lo humanamente posible para solucionar y enfrentar la difícil prueba que había tenido. Debería esperar, en los próximos meses, habría novedades. Pucha que las habría.
        Como es mi sana costumbre, llegué a la terminal casi una hora antes del arribo del servicio, ya que siendo chofer, conozco el paño. Charlamos con Juanchi y Gustavo largo y tendido y no pude expresar en palabras todo el agradecimiento que tenía hacia ellos por lo que habían hecho por mí. Cada tanto, miraba el reloj y ojeaba alrededor como se acumulaba la gente que debería subir al coche una vez hubiere llegado a plataforma. Nada, pasaban los minutos y nada. Cuando había transcurrido al menos unos cuarenta de la hora en que debía partir, me encaminé a la boletería. Señorita!! Sucede algo con el servicio de las 20:20? Pregunté como queriendo sonar simpático. Ahhh, si, si, si. Se rompió en Bariloche, así que tiene un retraso de cuatro horas por lo menos! Hay que esperar, que se le va a hacer.
        Volví a hall con la intención de pedirles a los chicos que se fueran, que yo tenía un rato por delante, pero no hubo caso. Ninguno se quiso mover. No, nosotros nos quedamos dijo Juan, y su padre apoyó la medida. Así pasamos un rato haciendo nada hasta que picó el bagre y les propuse comer algo aunque sea, como tentempié. Fuimos pues a la confitería y dimos buena cuenta de una rica pizza. Si hicieron las diez de la noche, así que ya era hora que volvieran a casa y así se los hice saber. Esta vez aceptaron y luego de una larga despedida, emprendieron el viaje saludando desde lejos, como quién ve irse al tío a Europa.
        Me acomodé en una de las bancas y disponiéndome a descansar y despuntar un sueño si se podía, cerré los ojos. En vano fue soñar. A los pocos minutos se apencaron cerca de mí varios molestos viajeros, que me sumaban constantemente a sus críticas sobre el servicio. Mi única respuesta fue. Son fierros, y los fierros se rompen. “Si lo sabré yo”
        Me quedé solo varias veces, otras llegó más gente y así pasaron las horas. A eso de las 01.30 hs. llegó el coche. Hablé con los colegas unos minutos y me confirmaron que antes de salir tuvieron que cambiar la unidad porque no funcionaba el aire en la otra. Hubo que esperar que arribara otro servicio de la empresa, limpiar y acondicionar la misma antes de salir. Habían recuperado milagrosamente una hora, pero seguíamos con al menos cuatro horas de atraso. La cosa es que podríamos seguir.
        Subí y me acomodé muy orondo en la zona de la mitad del coche. Estaba a medio cubrir y por lo que averigüé, no habría mucho más por cargar. Así que a la madrugada cuando habíamos dejado las grandes orbes del sur, supe que no tendría inconveniente para apoltronarme en dos butacas y soltarme a los brazos de Morfeo. Cuando me desperté, ya estábamos entrando en la jurisdicción de Córdoba, dejando atrás La Pampa. Llovía torrencialmente y las descargas eléctricas alumbraban pesadamente la noche en medio de la nada. Aún faltaba mucho para arribar, al menos unas ocho horas más.
        Cuando volví a abrir los ojos, estábamos llegando a Río 4º y cumplido el trámite de detención, la emprendimos en la etapa final. Llegamos a la Terminal de Ómnibus de Córdoba a las 15:44 hs. Había viajado algo así como doce horas.
        Bajé del coche, retiré el equipaje y a toda velocidad cruce la terminal vieja con rumbo a la nueva. Ni bien llegué, un coche de la empresa La Calera, estaba aparcando en su dársena. Le hice seña al colega y le pregunté si podía sacar el boleto con él, a lo que me respondió que sí; así que a los pocos minutos ya estaba nuevamente en viaje, está vez en la etapa final hasta La Falda. Volvía al pago.
        Sabido es que las unidades de La Calera, adolecen de todo, por ejemplo de aire acondicionado, pero eso no me preocupaba, ya que si bien hacía calor, y era media tarde, el camino por donde iríamos nos llevaría a una zona sombreada y vecina al río. Que iluso.
        Cuando cruzamos la Avenida Colón, en las cercanías del edifico central de policía de Córdoba, noté que algo andaba mal. El motor si bien funcionaba correctamente, lo hacía a mucha velocidad o revoluciones pese a que el desplazamiento era casi nulo. Mmmmm murmuré. Tenemos problemas de embrague.
        Vasto llegar a la calle Enfermera Clermon para caer en cuenta que no podríamos seguir así. El chofer se apeó de la unidad y rumbeó hacia la parte posterior. Atrás de él, fui yo, como queriendo aportar algo de mi conocimiento. Nos miramos y concluimos en segundos que “no va más” “estamos al horno” Habíamos roto el embrague. Así que solo quedaba esperar, esperara y esperar. Total, que apuro había. Casi una hora demandó la llegada de la otra unidad del servicio y mientras tanto, tuve que lidiar con los camaradas pasajeros que se empeñaban en discutir y discutir, criticar y criticar. Chicos!! Chiiiiiicos!!!! Son fierros, y los fierros se rompen. Si lo sabré yo!!!
        Llegó nuevamente el ocaso y me encontró aún en viaje. Llegué a La Falda, a las 20:12 hs. Toda una odisea, pero estaba en casa con mamá y con mi amada Gala. ¿Qué más podía pedir? Ahora habría tiempo para preparar el rescate de la gorda que ya me debía extrañar allá en el sur.
        Entre algo de trabajo y mis consultas con el médico pro operación de cadera, se pasó muy rápido lo que quedaba de noviembre y diciembre me sorprendió con algo de trabajo y otras llamadas del Polaco, que reportaba el avance de las reparaciones. Ahí me enteré que la bomba estaba funcionando correctamente y que el problema, tal lo había pronosticado Gustavo el bombista, era esa dichosa válvula de compensación de avance. Pero vea amigo, hoy le vuelvo a decir con seguridad que el problema es el radiador. Yo voy a abrirlo y revisar, porque no me deja tranquilo nada en él. En unos días le aviso que pasa.
        En las postrimerías de las fiestas un llamado me alertó. Su radiador está tapado, nunca se lo limpiaron y eso es el tema de todo lo que pasó. No me venga con defensa de ningún tipo. A Ud. lo jodieron y mal. El que supuestamente había limpiado no limpió. Así que me manda un radiador, o yo lo compro y me lo paga. Todo eso dicho en veinte segundos, sonaba más a apriete que a información, pero vertido por el Polaco, que a 1.240 km. trataba de darme soluciones, quedó como mero recuerdo. Solo atiné a decirle que me diera unos días para poder ver que hacía.
        Esa misma tarde irrumpí en el face y largué un SOS al grupo de amigos de la Kangoo. Necesito en préstamos un radiador en la zona de Neuquén para traerla a casa, luego lo devuelvo. Solo cuatro horas más tarde me habían solucionado el problema. Un amigo de Quilmes, Leandro Ariel;  me regalaba uno usado. Así que solo restaba buscarlo y remitirlo a La Falda, cosa que pedí a otro hermano, Miguel. Así que a la semana ya tenía el repuesto a mano para reenviarlo a Neuquén.
        Mi amigo Pachi, meneaba la cabeza y dejaba saber sus dudas al respecto de usar un radiador, casualmente usado, de segunda mano, cuando le pasé la data de todo lo que había ocurrido. Yo, compraría uno nuevo, no sea que este también falle y te vuelva a dejar a pata.
        Al otro día, el bueno de Don Andrés me llama para decirme que, definitivamente el tema es el radiador. Yo pedí uno prestado y lo puse y, aunque este está algo tapado, funciona de diez. Lo suyo fue el radiador y la macana que le hicieron. Mande un radiador y queda lista.
        Volví a con Pachi y le confié el tema, lo charlamos y decidió que sería más que prudente revisar el regalo para no tener sorpresas. Así que decidimos que un especialista, caro pero bueno, revisara el mismos y diera su opinión al respecto. Y allá fue el cachivache, para su análisis minucioso.
        El vaticinio no fue lo que se dice muy halagüeño, a los pocos días don Travesaro nos explicó que de ninguna manera pondría manos en el viejo trasto, porque ya tenía éste los caños corroídos por el contacto con el aire y la acción del líquido refrigerante que contuvo en algún momento. Este artefacto, señor, no sirve para nada. Upssss!!
        En definitiva, volvíamos a quedar como al principio, sin nada. Y por lo tanto se impuso la compra de uno muy nuevecito que el mismo especialista aconsejó. Allá fueron pues otros $ 3.000.- buhaaaaa!!! Y obviamente se lo mande al Polaco, confiado que sería lo último que compraría para la gorda antes de que volviera a casa.
        Si bien estaba esperando que llegara el día y anhelaba ya estar en el quirófano, me sorprendió el jueves 11 de enero, cuando desde el Hospital Tránsito Cáceres de Allende, me llamaron para pedir que me internara al otro día, viernes 12 de enero para el previo a la operación que se realizaría el lunes 15. No tuve tiempo para nada y había varias cosas que solucionar para poder irme tranquilo. Así que ese jueves pasó como se dice, volando.
        La internación fue inmediata y la atención excelente como no la esperaba. Muchos me habían hablado muy mal de los servicios públicos a lo que me reusaba creer. Pero siempre estaba la incertidumbre de cómo saldría la cosa. Mucho me habría de equivocar y mucho más lo que hablan porque sí. Sería imposible poder plasmar en palabras la deuda que tengo con esa gente y con todo lo que han hecho por mi recuperación. Gratitud eterna.
        El sábado, estaba yo pasando el rato en mi cama, mirando la populosa ciudad desde el segundo piso del hospital y me llamó el Polaco a eso de las 17:40 hs. Don Héctor, sentenció, ahora si puedo decirle que su gorda anda y funciona como se merece y Ud. quiere. Es una maravilla como arrancó y como suena. El radiador era todo. Ahora si le digo, venga a buscarla, que está lista. Puedo asegurarle que funciona a la perfección y no ha sufrido otros daños. Hoy estoy contento, he cumplido con lo prometido. (se le notaba en la voz que así era, había triunfado ante tanta vicisitud)
        Taciturno y con ansias controladas, le explique que estaba internado y pronto a la operación, que sería el lunes próximo. Que si todo andaba bien podría ir pero en unos dos meses. Me respondió que no habría problemas y que allí custodiada estaría esperando la nena, para cuando llegue. Ud. sane primero, luego se preocupa por la camioneta.
        Y así fue, con la anuencia y ayuda de mi amigo Pachi y su hijo Lucas, que me tiene por su tío preferido, recién el 26 de febrero partimos a buscarla. Y como no podía ser de otra manera, el viaje tuvo sus vericuetos y da para muchas historias. Lo cierto es que pese a todo, llegamos de vuelta.
        Salimos el viernes, viajamos toda la noche, manejando mi amigo y sobrino porque el amigo que llevaron que supuestamente era un león en la ruta, durmió todo el santo camino, roncó y comió todo lo que encontró. A las cansadas, cuando ya no había forma de que ellos siguieran al volante y prometiendo que solo lo haría por media hora, tomé el control de la Kangoo verdecita, al salir de Córdoba e ingresar a La Pampa. Ellos se desmayaron mal, y quedaron quietos como en hibernación. Estaban re fundidos. Cada tanto los miraba de reojo para ver cómo estaban y se notaban que requerirían muchas horas de descanso para volver al estado natural. Cuando me detuve a cargar combustible, llevaba ya casi cinco horas de manejo y juro que no sentía nada. Estaba como en los viejos tiempos, me sentía bárbaro y feliz por la operación.
        Desayunamos en 25 de Mayo y continuamos viaje, para todos, esa zona era novedad, así que solo miraban extasiados y no me dejaron volver a tomar el volante. Llegamos a la casa de Don Andrés a las 14:45 hs. Y para mi alegría, allí estaba la gordita, azulada, parada en la puerta completamente armada y aparentemente lista.
        Charlamos un rato, tomamos un café y debatimos sobre todo lo que pasó. Me dio el Polaco algunas explicaciones y recomendaciones y nos dispusimos a acomodar todo para reiniciar la marcha, ahora de regreso a casa. Me asombró la tierra que tenía en su interior y que ni siquiera le hubiera pasado un trapo, una franela, pero eso en realidad no era importante. Habría tiempo para hacerlo a mi gusto.
        Salimos de Picún Leufú a las 18:12 hs. teníamos más de mil doscientos kilómetros para arribar, pero a la vez alguna que otra obligación moral con mis amigos. Así que cuando pasamos por El Chocón, invite a mis camaradas a visitar la villa, sacar algunas fotos y conocer el dique y su museo. Pasamos como dos horas paseando y disfrutando de la naturaleza y cuando ya caía el sol, nos pusimos en movimiento. Aún nos retaba pasar por la casa de Gustavo a buscar algunas cosas y aprovecharíamos para darnos una ducha y merendar algo.
        Llegar a la casa de mis amigos, me lleno de felicidad, salieron a recibirnos con los brazos abiertos como si hiciera veinte años que no nos veíamos, se notaba que estaban muy contentos al igual que Juan y su hermana, que volvían a estar en casa, contemporáneamente conmigo. Tomamos unos mates, nos higienizamos, dimos cuenta de unos ricos budines y charlamos un rato largo. Distendidos, cansados pero todos orgullosos de que hacíamos lo que estaba planeado. Partimos cerca de las 22:34 hs. Era muy tarde pero no hubo forma de mejorar el horario. Todo lleva su tiempo. Ahora nos quedaba un largo trecho.
        Paramos otra vez en 25 de mayo, para cargar combustible y atacamos en un puesto de lomos ambulante, a cuatro porciones gigantes de este rico producto. Cuando lo trajeron no podíamos creer el tamaño que tenían. Tal es así que solo pudimos acabar la mitad, el resto, quedó para el viaje.
        Acordamos con Pachi, quien viajaba conmigo, que yo manejaría unas horas para que él descansara y luego al amanecer se hiciera cargo del volante. Así que ni bien se sentó posó su cabeza en el parante y se desfalleció. Como siempre, yo si tengo música, unos Hall Strong y hojas de coca, puedo dar muchas horas de manejo. Así que me acomodé para la larga travesía, por lo menos hasta la próxima carga de gas oíl en Victorica La Pampa. Otra vez me equivocaba.
        Había solo recorrido unos treinta kilómetros, cuando comencé a percibir mucho olor a gas oíl. Me incomodó pero pensé que era porque estaba rebosante el tanque, recién cargado. Pachi, también se despertó, porque le llamó la atención el olor. Che!!! Sentenció. Tío Héctor, me parece que cortamos un inyector o se pinchó un caño; a lo mejor, está flojo, para que veamos qué pasa.
        Me detuve en la banquina, con la esperanza de que no sea nada, así podíamos seguir sin drama. Revisaron los chicos y con una llave 17 ajustaron todas las tuercas que al parecer estaban algo sueltas. Arrancamos en el fresco de la noche esperando haber solucionado el drama. Quince kilómetros más adelante, el olor era aún peor así que al volver a detenernos, nos encontramos con que uno de los caños de inyectores, se había cortado totalmente. Tratamos de remendarlo, pero no pudimos hacerlo, no al menos como para que durare el resto del viaje. Solo alcanzamos a llegar a La Reforma, en medio de la ruta Conquistadores del Desierto, donde nos sorprendió el alba tratando de dar una solución a la pérdida/rotura de ese caño de inyector. Los chicos trabajaron arduamente varias horas, tratando de conseguir algo que suplantara la virola que nos faltaba, hicieron lo humanamente posible para lograrlo, y casi lo alcanzaron. Ya con el sol saliendo en el horizonte del este, dimos marcha y arrancó sin perdidas. Nos apresuramos a partir, aún restaba mucho, mucho por delante.
        Solo pudimos hacer unos pocos kilómetros, antes del cruce para Victorica, otra vez volvimos a perder combustible. No había caso, eso así no se puede arreglar, debe usarse lo que corresponde para poder quedarse tranquilos. Decidimos entonces que como en esa ruta, no hay controles camineros, podríamos remolcar la camioneta, para acercarnos aún más a la civilización. Y así lo hicimos. Por nada del mundo me dejaron conducir, en mi lugar lo hizo el amigo de mi sobrino, que recién ahora se podría decir, estaba en sintonía. Les pedí encarecidamente que me dejaran hacerlo, porque estaba bien, no hubo caso. Enganchamos las dos unidades y partimos. La otra Kangoo la comandaba Pachi.
        A los pocos minutos, comenzaron los problemas. El muchachito, que al parecer no era tan pillo para la ruta, llevaba a la gorda por el medio de la calle. No entendía lo que yo le marcaba que era ímprobo esa forma, dado que la lanza tiraba cruzada y constantemente ese esfuerzo, sacaba de línea a la otra camioneta. Se puso muy tosco y rozando lo ordinario, por lo que le pedí que parase y hablé con Pachi por radio para que lo quitara de mi butaca. Ellos, Pachi y mi sobrino Lucas, ya no daban más. No entendían, no podían, no querían aceptar mis ruegos, por lo que volvimos a arrancar y la cosa siguió del mismo modo. Varias veces pretendí que entendiese que estaba haciendo las cosas mal, pero como no pude hacerlo entrar en razones; preferí cerrar los ojos y encomendarme a Dios.
        No sé cuántos kilómetros hicimos de esa manera, pero en un momento, siento como que damos un corcovo y salimos a la banquina. Luego al abrir los ojos, veo a la otra Kangoo ladeándose del costado derecho, levantando las ruedas izquierdas y a Pachi volanteando para no volcar. Le pego el grito al conductor de marras y lo veo que dormido aún, sostenía el volante perdiendo el control. Con una mano sostuve el volante, con la otra quité el cambio y de paso codee al amigo como advirtiendo la que se venía. Segundos después se cortaba el gancho de amarre en la Kangoo tractora y doblábamos la lanza al medio como un alambre. Tapados de pasto y bufando de furia, grité, putee y casi cacheteo al amigo de mi amigo. Me bajé como pude, agarré las muletas y me dispuse a caminar unos metros para que se me pase el susto. Pachi y Lucas se me pararon al lado pidiendo disculpas, pero se les notaba que aún les duraba el susto.
        Luego de tranquilizarnos unos minutos, decidimos que lo mejor sería dejar a la gorda ahí nomás y viajar hasta Victorica para conseguir algún repuesto que nos permitiera seguir. Así lo hicimos y allá fueron los tres, mientras yo me quedaba haciendo una merecida sienta mañanera. Por cierto, la misma se extendió varias horas, más de lo que pensaba. Eran entonces las 08:34 hs. del domingo.
        Cuando Pachi regresó, el reloj marcaba las 13:25 hs. El viaje había sido largo pero fructífero. Pese a ser domingo, a estar todo cerrado y ser Victorica un pueblo pequeño perdido en la inmensidad de La Pampa, logró dar con una casa de repuestos abierta, y algunos gauchos que sirvieron a la causa. Había conseguido todos los caños de inyección, virolas y una conexión para su propio equipo de gas. Además algo para comer y tomar, ya que ni siquiera habíamos desayunado.
        La reparación llevó menos de cuarenta minutos, por lo que pronto volvimos a la ruta y raudamente, devoramos kilómetros. Reaprovisionamos gas oíl como estaba pactado en Victorica, nos volvimos a higienizar, comimos algo y partimos. Caía la tarde en La Pampa.
        Ni bien pisamos la autopista en la provincia de San Luis, volvimos a tener problemas con el escape de combustible, yo manejaba y mi sobrino dormía. Le dije Lucas, estamos al horno. Algo falló nuevamente. Se bajó y al momento volvió por su ventanilla para decirme, se cortó otro caño tío. Espera que ya lo cambiamos. Así que luego de una parada de veinte minutos, arrancamos por enésima vez.
        La noche nos atrapó en medio de San Luis, hacía calor pero eso era lo de menos, queríamos llegar. Solo tomábamos algo fresco porque no teníamos ganas de parar una vez más. Pero, el diablo volvió a meter la cola.
        Cuando estábamos pasando por Merlo, la gorda comenzó a fallar mal y se detuvo. No arrancó al primer intento así que verificamos que pasaba. Ahora, eran dos los caños que se habían cortado. Nadie sabía porque, pero eso estaba pasando. Rápidamente cambiamos los mismos por los que estaban guardados y recogimos las herramientas, prestos a salir. Yo, que no entendía lo que pasaba, buscaba indicios de algún otro mal que no hubiéremos visto antes, así que mientras los chicos andaban de un lado a otro dando vueltas juntando cosas; linterna en mano revisé todo el motor. No traté de encontrar algo que no concordaba con lo que yo sabía. La placa se sujeción de la bomba inyectora, estaba totalmente floja, no tenía tornillo alguno y se movía de un lado a otro. Como las reparaciones se hacían con el motor detenido, no nos habíamos percatado de ello en las anteriores paradas. Reparar esa parte nos demandó cerca de dos horas, con ingenio y cancha más que conocimiento. Usamos tornillos de la maltrecha cuarta, de un amarre, tuercas de otro soporte y de la mesa de la radio, pero pudimos ponerla en marcha otra vez y al menos, por ahora, estaba firme.
        Paramos en Dolores para reabastecernos y aprovechamos para mirar cómo seguía la cosa. Le pegamos una ajustada y volvimos al camino. Así, más fuerte de lo que queríamos, fuimos subiendo por la zona oeste dela provincia para alcanzar Villa de Soto. Pero allegar a Cura Brochero, otra pérdida de gas oíl se hizo notar. Se había roto otro de los caños. Y lo pudimos cambiar, deformando uno de los que quedaba en nuestro poder, dado que no era el que correspondía. Con todo, a eso de las 03:15 hs. llegamos a Cruz del Eje. Allí mi sobrino se separaría para buscar a su esposa e hija y así viajar con ella a La Falda. Volvimos a reponer gas oíl, ya que las pérdidas eran aun constantes aunque no fallaba el motor y por la Ruta Nacional 38, tomamos al sur este, rumbo a casa.
        Como el cansancio era mucho y el sueño más, me comí sin querer el paso a nivel ferroviario del viejo Tren de Las Sierras. Por lo que mi gorda dio un fortísimo sacudón. Al segundo, una persistente falla se hizo presente y casi no logro subir el repecho a la salida del pueblo. Bajamos con Pachi, que ya se había vuelto a dormir, y constatamos que otro del os caños se había cortado. La bomba sostenía al resto, pero ese inyector realmente estaba anulado. Mi amigo me miró y con su habitual confianza sentenció. Tío Héctor, así llegamos sin problema, pero no me pidas que ahora lo  cambie porque no puedo con el sueño y mi cansancio. Vamos hasta donde lleguemos, sino que Lucas nos levante al pasar. Dicho esto, se volvió a dormir como si nada.
        Viendo detrás de mí las gotas que caían desde el motor, aceleré a más no poder, para salvar las diferencias de altura en el trayecto de solo unos 66 kilómetros que quedaban, no podía permitirme el terminar el viaje tirado en la banquina a pocos metros de casa. Cuando el bueno de Pachi me preguntó por dónde estábamos, había yo cruzado el peaje de Villa Giardino, así que solo restaban ocho kilómetros. Ya estamos tío, ya estamos RRRRRSssssss!! Minutos después pare en la puerta de su casa y lo sacudí para que despertara. Habíamos empezado a llegar.
        Los escasos dos kilómetros a casa fueron apoteóticos, ya no tiraba la gorda porque cada momento perdía más y más gas oíl. Aguanta, le grite propinando golpes al volante, se buena, ya casi, ya casi. Y así con todo a cuesta. A las 05:35 hs. del lunes, la dejé paradita en el patio de casa. Se había cumplido el deseo de traerla de regreso que tanto mi amigo, yo como mi sobrino teníamos desde noviembre. Ahora veríamos que más tendría que hacerle, al menos la tenía conmigo.
        Me preguntaron varias veces en estos meses, si volvería a viajar con la gorda otra vez, si confiaba en ella, si con todo lo que pasamos juntos, me animaría a usarla para un largo viaje ¿CÓMO? ¡Claro que si amigo! Ni lo pienses y cuando llegue el bendito momento de cambiarla, lo haré por otra igual. No, si no!!!

                                                    Héctor Oscar Cousillas
                                                               LU3HKA 

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