Claro, como siempre no había errado el lugar que eligió. Su
colchón entraba justo entre la pared y la candente estufa que estaba tronando
con sus llamas rojas y amarillas desde hacía horas. Ese, sin dudas, era por
lejos el mejor de los lugares para dormir; al menos esa noche de cansancio y
paz. Cuidado con los fierros le gruñó Carlos, te vas a derretir todo jaja. No
hubo respuesta, ya había fenecido la cuerda del bueno de Roberto.
Fui a la pieza y Beto se había dejado caer como llegó a la
cama, ni se cambió o aflojó la ropa, solo que quitó las zapatillas y como si
eso fuera poco, también roncaba profunda y sanamente. Yo tuve la ceremonia de
siempre, armé la cama, puse las sábanas, una frazada, la colcha, me fui al baño
a higienizarme un poco y me calcé los ya famosos pijamas del Héctor. Sin los
cuales no salgo de expedición por más que vaya al medio del campo. Miré la hora
y eran las 02:10. Habría que dormir apurado, como decía mi abuelo, para
recuperar el sueño.
A las tres de la mañana, Don Esfínter, me llamó para que
fuera pie puntillas al baño. Así lo hice y detrás de mí Beto que aún tenía los
ojos cerrados de sueño. ¿Qué hora es? Pregunto inconsciente, las cinco dije.
Uhhh, falta rato para más luego, alcanzó a manifestar y desapareció tras la
puerta. Mientras yo me hice una escapadita al salón a poner leña en la estufa.
Roberto roncaba de lo lindo, entregado a los brazos de Morfeo.
Otra vez a las cinco, me llamaron desde el interior, así que
sigilosamente otra vez me fui al baño con la luz apagada. Un tenue resplandor
ingresaba por el ventanuco del baño, que daba al sur. Medio dormido y dolorido
en mi cadera, atiné a apoyar mi mano izquierda contra la pared detrás del
inodoro, mientras orinaba plácidamente. En ese instante, percibí que alguien me
observaba. Miré por sobre mi omóplato izquierdo hacia la puerta, nadie. Entre
cerré y abrí los ojos nuevamente y efectivamente no había nadie. Yo juraría que
me están mirando, pensé, a la vez que daba el último empuje al amarillo y
cristalino líquido. Otra vez ese sentimiento. Esta vez, miré para la derecha,
hacia el exterior por el ventanuco de medio metro por medio metro con doble
vidrio que, al lado del inodoro y un poco más arriba de él; daba a la zona
lateral de la cabaña. Y ahí me di cuenta que de momento, mis instintos aún
estaban alertas y en perfecto estado. Muy orondas, comiendo pasto tierno
humedecido al amanecer, había del otro lado, en medio del jardín dos mofletudas
Maras o Liebres Patagónicas. Hermosos ejemplares que pastaban libremente en ese
descomunal paisaje de la Patagonia.
El asombro fue mutuo, ya que ellas también dejaron de mascar
para mirarme detenidamente. Las salude con la mano como queriendo ser amigable
a lo que ellas respondieron con un ostentoso movimiento de su bidental
mandíbula inferior. ¿Quién será este pitufo que está mirando? Entendí que se
preguntaban, una clara alusión a mi pijama celeste. Siguieron en lo suyo y yo
hice lo mismo. Es decir terminé de hacer pis y bueno, ya saben.
Mientras me lavaba las manos pensaba, estas dos se salvan
porque todo esto es una reserva, porque si no mañana ceno estofado de liebre a
la Beba. Pero habría mucho más al levantarme, tanto que merece ser contado.
Como era de esperar, volví a la cama y ya en el planeo hacia
el colchón, estaba dormido. A mi lado, el Beto hacía lo mismo, aún estábamos
pagando el fiado del viaje y el cansancio cobraba con creces e intereses. El
tiempo pasó fugaz e imperceptible, por lo que mucho me llamó la atención que al
abrir los ojos hubiera luz bastante fuerte del otro lado de la ventana de la
pieza. Había amanecido. Por lo tanto, era hora de levantarse e iniciar el nuevo
día. Había mucho, mucho por hacer en esa, la primera jornada en el Parque
Nacional Los Alerces.
El solo hecho de estar fuera de casa, no cambia mis hábitos
por lo tanto la rutina acostumbrada se siguió plenamente. Lo primero fue
repetir el estoico pis de todos los días, posteriormente una profunda lavada de
cara y un afeitado como para estar bien presentado. Acto seguido elegir la ropa
y vestirse preparado para lo que vendría en un rato, el acto oficial en donde
se conmemoraría el día de los Parques Nacionales. Después, Dios diría..
Cuando llegué a la cocina me llamó la atención que Roberto no
estuviere en el mismo lugar donde se había echado la noche anterior, cosa rara
en él, ya que ni siquiera se da vuelta en la noche. Pero supuse para mis
adentros que habiendo dormido lo necesario se aventuró a un paseíto por las
inmediaciones para conocer y ubicar los lugares próximos. Esa es su costumbre
ancestral, así que no me preocupé mucho por ello. Ya vendría pronto con una
carretilla de información, pronóstico del tiempo y la ubicación probable de las
antenas. Por lo tanto me dispuse a preparar el desayuno. Calenté agua y coloqué
sobre la mesa todos los elementos como para que mis compañeros, cuando se
levantaran; pudieran hacer lo mismo. Café, leche en polvo, mate cocido, té,
chocolate, galletas, manteca, dulces varios, galletitas dulces y hasta algo de
pan que había quedado de la noche anterior. Y con todo listo, me senté a
desayunar.
Estaba yo revolviendo el chocolate cuando apareció riendo
Carlos, que ya estaba acicalado y prolijito como chico para el colegio. Dio los
buenos días, el besote de rigor y se sentó a compartir el desayuno. Ché!! Dijo
sin dejar de untar dulce de leche a su trozo de pan con manteca. ¿Al viejito se
lo llevaron los marcianos? ¿Dónde está?. Supongo que habrá salido a dar una
vuelta por la zona, como siempre hace, dije casi sin preocupación. Mmmmmmmmmmm,
manifestó Carlos. Y sus cosas ¿dónde están? ¿y la Notebook que anoche estaba
encendida ¿dónde está? Mi única respuesta fue Upssssssssss!!! No se.
A decir verdad, tampoco nos volvimos locos con la búsqueda o
con las suposiciones, ¿dónde podría estar el bueno del Roberto? Ya aparecería y
comenzaría la rutina de dar vueltas y vueltas por doquier.
Primero Beto, luego Antonio y por último Gustavo, fueron
apareciendo en la cocina para dar cuenta del desayuno. Antonio, solo aceptó un
mate cocido porque ya había desayunado con su familia en casa de Ariel. Pero el
resto tenía más hambre de chico de biafra, así que dieron cuenta de todo lo que
había sobre la mesa.
Estábamos ya limpiando la mesa cuando llegó muy bien vestido
y todo peinadito Sergio, el segundo jefe del parque. Él venía muy oficialmente
a informarnos que a las 10 de la mañana se realizaría en la intendencia el acto
oficial por el día de los Parques Nacionales así que quería, sí o sí; que
estuviésemos presentes. Cosa que por otro lado nosotros teníamos muy en cuenta,
dado que en realidad el viaje se propuso con tantos días de antelación a la
fecha del encuentro, casualmente para estar en ese magno momento.
Quédate tranquilo Sergio que ahí estaremos todos en hora.
Para eso estamos aquí. Ahora esperamos que nuestro amigo Roberto regrese de su
recorrida matutina y se cambie, así vamos para allá.
¿Roberto quién es? ¿El
señor que estaba durmiendo aquí al lado de la estufa? ¿Ese que no ve nada sin
los lentes? Preguntó Sergio. Si, el mismo le replicó Gustavo ¿Por qué? Porque
anoche a las cinco cuando vine a buscar al personal para llevarlos al
aeropuerto, estaba hecho un bollo en el colchón en el piso y yo le desperté y
le pedía que se fuera a una de las piezas porque me dio lástima. Me parecía tan
cansado que hasta me dolió molestarlo. Entonces… el viejito no está de paseo
como creímos, dijo Carlos a la vez que se levantaba de la silla para ir a ver
en las piezas.
Muchachos, allá los espero, no se demoren. Dijo Sergio y se
marchó presuroso, como queriendo evitar que se le acuse de algo grave en el
seno del grupo.
Carlos mientras tanto revisó todas las piezas y en la
anteúltima dio con nuestro amigo. Estaba destruido, totalmente masacrado de
sueño, tapado de todo lo que encontró en el camino, incluso el estuche de una
computadora. Sus ronquidos llegaron a la cocina casi al momento de abrir la
puerta del dormitorio. Al fin habíamos dado con él. Estaba durmiendo muy
plácidamente desconectado de todo, incluso de la expedición.
Como era su costumbre, bastó con llamarle suavemente para que
saltara de la cama y pronto estuviera cambiado, bañado y afeitado y con un
hambre canina. Por lo que al sentarse en la mesa luego de saludar a todos,
acabó con las provisiones que allí estaban. Minutos después no preparamos para
ir al acto. Como era de esperar, todos bien peinaditos, con todo el uniforme y
las cámaras de fotos.
La plaza central frente a la intendencia estaba a solo unos
trecientos metros de la cabaña, por lo que solo nos demandó un par de minutos
llegar hasta ahí, no sin antes tomar decenas de fotografías retratando el
entorno que rodeaba nuestro camino. Al llegar, ya había gente aglutinada en
torno a los canteros con hermosos tulipanes que daban colorido al momento. Se
escuchaban los ajustes de sonido y un murmullo a ver llegar a este grupo tan
especial. Los arrancados verdes, según Roberto.
Estimados amigos, señoras y señores, damos comienzo al acto
oficial, sentenció la speaker que oficiaba de maestra de ceremonia. Están
presentes… y también… además de… y es para nosotros dar la bienvenida en forma
especial a los integrantes del Grupo Expedicionario Eco Radio de la ciudad de
La Falda, Córdoba. Quienes han elegido nuestro parque para dar inicio a un
hermoso proyecto que han dado en llamar Encuentro Radial Anual de Parques
Nacionales. Y en el cual Los Alerces tiene un lugar privilegiado. Ejem, ejem…
si, bueno… es decir se nos cayeron las medias.
A lo largo de nuestra vida personal y lo mismo con la
institucional, muchas veces, centenares de ellas, hemos participado en actos
protocolares, convocados por los más disímiles motivos. Pero este acto, era
especial, tenía otro sabor, otra raíz, otro entorno. Y si faltaba algo para que
nos convenciéramos de ello, se completó cuando desde el porche de la
intendencia el bafle dejó oír los sonidos inconfundibles de nuestro Himno
Nacional. El mundo se detuvo, las aves callaron su trino y la naturaleza esperó
paciente.
Conocedor de mis amigos y de reojo, comencé a escrutar a cada
uno de ellos para ver sus facciones, que decía su rostro, que sentía su alma. Y
juro que fue un momento único. Cada uno lo vivía a su manera, a su forma, con
su sentimiento. Antonio, quién como yo estamos más acostumbrados a lo marcial,
a lo oficial al protocolo; estaba radiante, su sonrisa lo embargaba, se le
notaba feliz. Beto, por momentos cerraba sus ojos y balbuceaba como queriendo
seguir la letra, Carlos estaba como chico en el acto del colegio, mirando
alrededor para captar todo. Gustavo tenía la mirada en la bandera que flameaba
en lo alto del mástil donde había llegado minutos antes con los acordes de
Aurora. Pero era Roberto el que a todas luces llamaba la atención. Su pecho
henchido y vibrante contenía un corazón que pujaba por salirse, sus ojos; de
momento miraban a las altas cumbres nevadas de la cordillera, en otro a los
alumnos de la escuela del parque. Que con sus rutilantes guardapolvos blancos,
orgullosos y ajenos a las miradas de los presentes, se esmeraban por cantar
bien la canción patria. Bajo la atenta mirada escrutadora de su director.
Roberto estaba como se dice en otra, su cuerpo portaba el uniforme del grupo,
estaba ahí; pero su alma vagaba vaya uno a saber por dónde. Se le notaba
emocionado, cargado de paz, de orgullo; conteniendo las lágrimas. Su voz sobresalía
por sobre las nuestras, quería y debía hacerse sentir. Él estaba allí y ese
momento era único y seguramente irrepetible. Estábamos cantando el himno en la
Patagonia, rodeados de la inmensidad de un bosque único que atesora valiosos
ejemplares de alerces, que fueron testigos de la historia. No era poca cosa.
Todos estábamos de una u otra manera, pasando por ese encuentro con el
sentimiento de patria. Y doy fe que lo sentimos, lo notamos y lo vivimos. Las
charlas ulteriores y los comentarios al pasar, así lo rememorarían.
Terminado el sencillo y emotivo acto, todos rompimos filas y
cada uno hizo lo que pudo, sacamos fotos, saludamos a los amigos, a los
desconocidos, y charlamos entre nos, hablando de lo vivido. Minutos después, me
tocaría a mí el momento del orgullo y felicidad.
Sabía desde hace años que un vecino de La Falda, mi ciudad,
estaba radicado en el parque. Él había sido el mejor de los cadetes del cuartel
de Bomberos Voluntarios de La Falda, pero las vicisitudes de la vida, la visión
distinta de diversas cosas, llevó a que un día los dos tomásemos caminos muy
diferentes y no volviésemos a vernos más. Su casa está aún a solo metros de la
mía, en ella vive su hermana y familia. Pero aunque escueta cada tanto accedía
por conocidos a información sobre su accionar y su persona. Pero seguro estaba
yo que no me cruzaría con él esos días, ya que al estar a sabiendas de nuestra
llegada, bien podría haber preparado todo para no verme. Cuan equivocado
estaba. Cuánto.
Había saludado a varios Guardaparques y a otras tantas
personas que no conocía. También me tomé unos minutos para las fotos del
monumento al Perito Francisco Pascacio Moreno y hasta para llevar el colorido
de los tulipanes; pero no me había preparado para lo que vendría.
En un momento, al dispersarse la gente de nuestro alrededor,
vi parado en el césped al “Payo”. Me miraba asombrado como escudriñando y
viendo que hacía. Ahí con su orgulloso uniforme verde y caqui, estaba Carlos
Opitz, ese hombre, padre de familia hoy, que una vez decidió ser cadete de
bomberos y fue el mejor. Carlitos como
le llamábamos, ahora es como dije, todo un hombre. Con una esposa y dos hijas
hermosas que viven y comparten con él la vida de Guardaparque allí en el sur.
Ese pequeño niño había crecido y seguramente sus ideas también; por lo que
quizá tenía él el mismo recelo que yo. ¿Me saludará? ¿Me mirará? No interesa
ahora a la distancia quién estaba del lado acertado hace 26 años, pasó mucha
agua bajo el puente y cayó mucha nieve allá en el parque. Lo cierto es que nos
debíamos un fortísimo abrazo y se nos dio.
El Payo se acercó como junando, riendo y emocionado. Como
queriendo aclarar la garganta, dijo ¿Héctor?... se cuadró y con la elegancia de
siempre se desde su posición de firme, me saludó con la venia; y a
posteriori extendió sus grandes brazos
para el abrazo. Abrazo que nos confundió y nos trajo a la realidad. Estábamos
derrumbando años de recelos, de chismes, de críticas hoy la cosa era distinta.
Bienvenidos a mi casa, gracias por elegirnos para el proyecto. Mira, esta es mi
esposa una negra hermosa que también es Guardaparque y esas dos preciosuras que
están allá paraditas, son mis hijas. Cuantos años, cuantos recuerdos amigo.
No hace falta decir más.
Cerca del mediodía ya el acto había acabado, por lo que
volvimos a la cabaña a iniciar las labores de armado de todo lo concerniente a
los equipos y antenas. Queríamos si se podía, iniciar ese mismo lunes las
operaciones para juntar comunicados. También necesitábamos dar cuenta de un
almuerzo que nos devolviera a la vida luego del raid que tuvimos en el viaje.
Salimos caminando entre las coníferas y una doble fila de
araucarias que oficiaban de centinelas a nuestro paso. Roberto fue organizando
las tareas a realizar y me sugirió que yo solo me encargue de hacer algo rico
para comer. Estoy famélico viejito.
Llegamos a la cabaña y cada uno supo que hacer y cómo
hacerlo, así que pronto quedó en marcha la labor. Yo me encaminé a la cocina y
busque entre los elementos a ver que podía cocinar y la respuesta fue rápida.
Tallarines con estofado de pollo. Así se lo hice saber al hambriento de mi
amigo Roberto, que andaba husmeando entre las cajas, cual ratón, buscando
galletas para comer mientras armaba las antenas. Me parece maravilloso, dale
nomas, vos quédate tranqui y descansa la pata. Nosotros hacemos el esfuerzo más
grande.
Desde la cocina, me causaba orgullo ver a mis amigos yendo y
volviendo de un lado a otro con antenas, cables coaxiales, clavas, martillos,
sogas y que se yo que más. Eran como hormigas que, abocadas a un solo fin, solo
trabajaban. Me dio lástima verles así por lo que decidí hacerles un
reconocimiento. Saque el maxi vaso y preparé un tremendo fernet con coca y
piqué un salamín con algo de queso. Y allá me fui rumbo al aglutinado grupo,
para saciar el hambre y la sed. La recepción fue tremendamente emotiva. ¡Cuánto
amor!
Almorzamos cuando todo estaba listo en la cocina y casi igual
en las estaciones, pero la charla tuvo un solo ítem. ¡Qué bueno que estuvo el
acto! Poco importó lo rico del estofado o el sabroso vino que utilizamos para
brindar. Como dije, habíamos quedado tocados por ese momento único que nos
tocara vivir solo un par de horas atrás.
Luego de tomar café, tal la costumbre en casa, avise a los
amigos que me dedicaría dormir un buen rato la siesta, y llamativamente si bien
me miraron de mala manera, nadie dijo nada. Más luego, vería que hacía. Y así
como quién no debe nada, me fui a la pieza. Cuarenta y ocho segundos después
llegó el Beto que sentenció. Todos vamos a hacer lo mismo, a la tardecita
veremos con que seguimos. Buen sueño.
Me desperté a eso de las 18:30 hs. Estaba obscureciendo y se
notaba que el ambiente había refrescado. A lo lejos las bandurrias llamaban al
reposo y en el salón, mis compañeros ya tenían al menos dos decenas de
contactos realizados. Cuando aparecí solo dijeron. Era hora cabeza!! Como
disimulando que ellos también le habían dedicado un par de horas al sueño.
¿Viejito? ¿Qué vamos a cenar? Consultó Roberto, siempre
hambriento. Hamburguesas con puré, fue la respuesta escuálida y firme a la vez.
Pero ahora, voy a preparar la estación LU3HKA, luego me pongo manos a la obra. Mientras yo armaba los equipos y daba los
toques finales a la estación, escuchaba que uno tras otro los colegas, nos salían
al encuentro, felices, augurando muchos contactos, agradeciendo lo que habíamos
hecho y felicitando por la iniciativa. Ya estaba en marcha el Encuentro Radial
Anual de Parques Nacionales. Y por lo visto, sería todo un éxito.
Para cuando los últimos rayos de sol dejaron el firmamento
sobre esa porción de la Patagonia, todas las estaciones estaban armadas y
funcionando. 80, 40, 20. 15, 10 y hasta 2 metros, Fonía, digitales y CW. Todo
un despliegue de tecnología y capacidad. Cada cual había hecho lo suyo como era
costumbre y los equipos funcionaban a la perfección, al igual que las antenas.
Solo restaba hacer contactos.
Cenamos opíparamente, tomamos café y luego dimos cuenta de
algo de Whisky, con el cual aprovechamos a
brindar otra vez por lo hecho y por hacer. Realizamos algunos contactos más y
pronto comenzó el desfile de almas hacia el sector de dormitorios. Aún faltaba
algo de energía que deberíamos cargar para estar al cien por ciento. Eso se
notaba. Largo había sido el viaje y muchas las penurias.
La ceremonia del desayuno, se repitió a diario como era de
esperar, un día uno, al otro día otro se apersonaba primero, pero siempre
terminábamos llegando a la mesa todos para desayunar juntos. En ese rato,
armábamos ya el orden de labores para el día, así todo estaba organizado.
Ese martes Antonio tuvo una de sus brillantes ideas. Sugirió
que podríamos a la tarde hacer un recorrido en la zona, ver cada sector de la
villa y conocer sus lugares más característicos; por lo que nadie se negó en
absoluto. Decidimos que luego del café del almuerzo, saldríamos de excursión. Y
así lo hicimos. No recuerdo en verdad que comimos ese día, pero sé que pronto
cargamos los termos y salimos a pasear. Antonio casi como un anfitrión local,
nos llevó por caminos de inconmensurable belleza, hasta lugares casi prístinos.
Allí bajo un adorable sol la Patagonia mostraba su fuerza y tesón, se dejaba
ver y disfrutar. Primero recorrimos el casco céntrico de la Villa Futalaufquen,
sede de la Intendencia del Parque Nacional Los Alerces, visitamos su histórica
capilla, también los lugares comunes como callejuelas y senderos. Más tarde con
rumbo sur oeste, nos fuimos hacia un reducto conocido como Puerto Limonao. Allí
donde se puede acceder al lago sin problemas, existe un singular muelle de
amarre, para las embarcaciones que sortean las aguas heladas del mismo y, que
también nos permitió ser receptores de una sorpresa por parte de Antonio, quién
ya la tenía preparada.
Primero el amigo nos explicó detalles, nos dio cifras y habló
de los incendios forestales, luego y de a poco, nos llevó junto al espejo de
agua. Allí yacía impoluta y fría, verde y con reflejos. Era solo una pequeña
parte del inmenso lago, pero bastaba y sobraba como muestra. Antonio entonces,
descendió por la escalera hasta el nivel de cota y extrayendo un hermoso vaso
de su bolsillo, nos invitó a beber agua de la Patagonia. La singular propuesta
nos conmovió, pues además de degustar ese líquido proverbial, dijo unas
palabras que causaron verdaderos nudos en la garganta de todos los ahí parados
como tontos. Muchachos… quiero que beban esta agua y que juntos brindemos por
el éxito del evento, pero además quiero agradecer dos cosas. La primera que me
invitaran a sumarme, a ser parte de este hermoso grupo y la segunda, que me
hayan acompañado a disfrutar de esta tierra que considero mi segundo hogar.
Obvio está decir que prorrumpimos en un sincero alegato de amistad y dimos
gracias a Dios por habernos permitido semejante viaje. Y a nuestro amigo por
ser sin dudas una buena incorporación. El paseo continuó por las hosterías que
allí se encuentran, una de ellas casi casi, fue el destino de la expedición
antes que nos dieran acceso a todas las comodidades desde la Administración de
Parques Nacionales. Más tarde un mirador, la playa principal, los campings los
restantes balnearios y un viejo y derruido puente carretero. Cuando las sombras se abalanzaban sobre los últimos
reflejos solares, regresamos a la cabaña.
Bastaron unos pocos minutos para organizar como seguiría la
noche. Primero, cada uno recurrió a su baño para dar rienda suelta a los
mensajes que enviaba el organismo. Luego se fueron encendiendo las estaciones y
comenzó la maratón de contactos. Roberto y yo nos dimos una ducha y ya como
nuevos hicimos lo que correspondía. Él arrancó con la estación de digitales,
yo; me dispuse a preparar la cena. No sería muy compleja, pero serviría. Un
rico plato de sopa, algo para picar y una ensalada de atún con papas y cebollas
moradas.
Luego de la cena, los contactos siguieron hasta la madrugada,
siempre aparecía un amigo que deseaba saludar y manifestar su aprecio. Ya nos
habíamos recuperado, por lo que
podríamos darnos el lujo de trasnochar. Antonio se fue a cenar con su
gente y volvió más que exultante con otra idea. Le habíamos dicho que le
esperaríamos para el café y así fue. Pero además nos trajo de regalo un rico
chocolate que enviaba la maravillosa Gina; su esposa. Chicos, tengo una ideota
para mañana, a ver qué les parece. Resulta que si todo sale como Ariel lo ha
previsto, el jueves deberíamos ir a visitar el Alerzal Milenario, ¿no es
cierto? Si señor. Tiene razón el viejito!! Bien, si el jueves vamos para allá y
hoy es martes y el viernes comienza el evento y necesitamos estar muy atentos;
¿qué haremos mañana? Eso viejito ¿Qué haremos? Pues bien, yo propongo si Uds.
no se molestan, ir mañana temprano de mañanita a visitar Esquel, Teka, el dique
y algunas otras cosas, como por ejemplo La Trochita. ¿Qué les parece? No se
hable más!!! Sentenció Roberto, mañana salimos de excursión para conocer y ver
si podemos comprar algo como para llevar a las casas!!! Obvio que nadie dijo
nada cheeeeeeeeeeeeeeeee!!
El miércoles amaneció fresco pero con un cielo diáfano y
totalmente celeste. Desayunamos muy temprano y al poco, salimos de excursión.
Antonio iba más que feliz, nos contaba todo, nos mostraba ídem, estaba dichoso
de poder hacernos conocer ese maravilloso rincón de nuestra patria. El
recorrido fue largo y muy completo, hubo de todo menos comida. Ya habíamos
dispuesto no perder tiempo en esas minucias para poder disfrutar mucho más. Así
que todo fue fotos y vistas, paisajes y charlas, goce y alegría. Terminamos
pasado el mediodía en un supermercado La Anónima, haciendo la compra
generalizada de todo lo que teníamos enlistado.
El regreso fue muy placentero y vale decir que volvimos
llenos de hermosos paisajes y felices de lo recorrido. Tal es así que no
almorzamos, dimos cuenta de un café y unas galletas, para descansar un rato y
llegar a la cena. Claro que se impuso la siesta un rato y el baño, y el fernet,
y…
La noche llegó con decenas de contactos y mucha algarabía.
Nos visitaron varios Guardaparques incluso el Payo, también los hijos de Ariel
con su abuela y primos. Anque algunos
amigos del barrio. La cena se sirvió medio temprano, como para equiparar los
deslices horarios, pero no por eso fue frugal. Milanesas a la napolitana con
ensalada mixta y sopa. Al otro día
nos esperaba una jornada única que deberíamos aprovechar para sacar la esencia
de todo lo que significa este parque para el mundo. Iríamos al Alerzal
Milenario, un santuario donde el alerce alcanza los 60 metros de altura y nada
menos que cuatro metros de diámetro con unos 2700 años de vida.
Como en el día anterior desayunamos temprano y partimos rumbo
a Puerto Chucao, un singular paraje donde el Río Arrayanes es la antesala al
embarcadero en el cual abordaríamos una lancha de la administración para ir
hasta el Puerto Sagrario, y visitar a los alerces abuelos. Mis amigos estaban
preocupados por mí, ya que mi renguera hacía muy dificultosa la marcha en las
casi tres decenas de miles de metros que había que recorrer hasta el puerto.
Roberto en especial, siempre tan solícito y preocupado por mi bienestar, no
dejaba de acosarme con preguntas sobre mi estado y como andaba la cosa. Se
quedó tranquilo cuando le dije que el marchara delante, que yo a mi ritmo
llegaría detrás el grupo. Sabía que era largo el camino pero, casi no tenía
dificultad por altura o trabas en su recorrido. Lo podría hacer o lo haría de
todos modos. Lo que era lo mismo.
Me costó bastante, a no dudarlo, pero lo logré. Y a solo unos
cinco minutos del grupo mayor, arribé al muelle. Allí estaba Carlos esperando
tal lo dispuesto por su jefe. Él era el Guardaparque asignado a esa zona y como
tal tenía el alto honor de llevarnos y guiarnos durante la jornada. Así que
luego de colocarnos los salvavidas reglamentarios, partimos rumbo al otro
extremo del parque. El viaje fue hermoso, lloviznaba bastante pero eso no
impidió que pudiésemos disfrutar de todo lo que deparaba ese brazo del lago. Y
para que decir lo que nos provocó la llegada a ese lugar único en el mundo en
el que sus habitantes tienen más de 2700 años.
Puerto Sagrario es algo así como el túnel del tiempo. Uno se
apea de la embarcación y sus pasos lo retrotraen en el tiempo. Solo pensar que
cuando nuestro Cristo nació, estos árboles ya eran viejos de 700 años, asusta.
Las explicaciones verbales de Carlos, más las brindadas por la señalética es
más que suficiente para sentirse un intruso. Que poco que somos!!
Casi tres horas anduvimos de un lado a otro, yo con la pata a
cuesta, visitando esos lugares. Fotos y más fotos. Asombro tras asombro,
emoción tras emoción. Cada recodo del camino nos brindaba una sorpresa. Un ave,
un árbol, una roca, un ruido, un sonido. Cada minuto nuestros sentidos se
embriagaban de esa verdad ineludible que es la naturaleza. De su belleza, su
paz, su singular modo de decir aquí estoy.
La vuelta fue muy distinta, ya el sol había ganado la batalla
con las nubes y por momentos se asomaba expectante para ver o vigilar que
hacíamos nosotros; allí en su reino. Pudimos ver en su total magnitud el
Glaciar Torrecillas, pasamos muy cerca de la costa para deleitarnos con sus
vericuetos y hasta nos dejamos llevar al garete por las mansas aguas verdes
turquesas del lago.
Cuando llegamos a la cabaña, nuevamente nos embargó la paz y
la felicidad de saber que estábamos haciendo lo que nos gusta, lo que
disfrutamos, lo que sentimos en el alma. Y eso, eso no tiene precio alguno.
Como almuerzo merienda cena;
preparé algo rico para que mis amigos no me quitasen el título del cheff
oficial. Así que al atardecer dimos cuenta de un variado y pintoresco conjunto
de platos. Salchichas con mayonesa y mostaza, papas al natural con mayonesa y
verdeo, sopa crema de arvejas, picada de salame y queso y focachas con queso y
aceitunas. Un manjar.
Nuevamente la noche dio para la charla y los contactos, el
café y el whisky, y también para programar los próximos días que serían el fin
de semana que esperamos más de un año. Se notaba la excitación, la expectativa
de cómo sería la recepción del evento y la respuesta de los amigos que se
habían comprometido a participar desde distintos parques. Todo era un misterio,
pero eso no nos quitó el sueño. Así que a eso de las dos de la mañana, nos
fuimos a dormir. Esta vez, con una grata sorpresa. Por la tarde, cuando
nosotros no estábamos, había llegado una Guardaparque que estaba haciendo su
recorrido de aproximación a las distintas Áreas Protegidas, conociendo cada una
en un raid de casi dos años, en el que conocería sus particularidades, la
historia sus sectores. Es decir como se dice en el ambiente, conociendo el
terreno in situ.
La joven niña, de nombre Georgina Carattoni, salteña para más
datos, estaba bastante incómoda. Le habían dicho que estaba ocupada la cabaña,
pero se dio con seis viejos “verdes” que tenían todo copado. Ella llegó con sus
bártulos en un par de cajitas, pero nosotros teníamos todo ocupado. Freezer,
heladera, armario, cocina, baños, etc. Cuando llegó, su cara era de trauma, nos
miraba como quién se defiende de caníbales. Y cometió un error, craso error.
Pretendió ocupar el lugar en los fuegos para hacerse de comer. ¿Con nosotros
ahí? ¿Comer fuera de nuestra mesa,
sentada en un rinconcito? La piba estaba de la re nuca, ni idea tenía que
frente a ella estaban los mejores anfitriones de la radioafición nacional. El
Grupo Eco Radio.
Le paramos el carrito cuando sacó una ensaladita de esas
compradas, picadas a máquina y envasadas en una fuente cubierta con film. La
que pretendía comer con un trozo de queso envuelto ídem. Yo con la reverenda
cara de ogro que me caracteriza, le pregunté ¿que pretendía hacer? Roberto,
afable y educado le explicó. Mira viejita!!! Mientras nosotros estemos aquí;
vos sos nuestra invitada de honor. Comes con nosotros, todos los días y deja
todo guardado porque como viste, hay de sobra. Bueno, dijo la pende, gracias
Don Señor. Rmmmrrnn Roberto, soy Roberto. Si… dile viejito que es lo mismo
argumentó Beto.
Luego de verla comer y dar cuenta de todo lo que le pusimos
cerca, nos dimos cuenta que estaba como diría mi abuela, falta de olla. Cosa
que quedó dilucidada en el desayuno del viernes, cuando nos contó que hacía un
par de meses que comía mal, porque donde estaba no podía casi hacer de comer
por las condiciones del lugar, y climáticas. Al parecer el Parque Nacional
Mburucuyá tiene sus cosas. Pero lo peor de todos chicos, es el calor, te mata
hace como 60º es de loco y la humedad!! Realmente fue dura la estadía. Y ni les
cuento las arañas, las víboras y todo eso. Mnnnnnnmmmmm de loco. Che!! Que rico
y variado que cocinan Uds. no???
Así llegó a nuestras vidas la flaca esquelética que adoptamos
como una más. Se interesó por lo que hacíamos, como lo hacíamos, el alcance y
mil cosas más, a la vez que cada tanto revisaba que podía comer a la pasada
como para no perderse nada. Le comunicamos oficialmente que el viernes habría
puchero criollo para el almuerzo y ropa sucia para la cena. Se quedó atónita.
Que??? En serio??? Van a hacer puchero aquí??? No me jodan!!! ¿Díganme que
compro para colaborar? Nada, vos solo vení y listo sos como siempre invitada.
Así llegamos al viernes con una carga emocional muy fuerte,
estábamos donde queríamos, haciendo lo que nos gustaba y a horas de ver qué
pasaba con nuestro proyecto de hacer conocer los parques. Todo fue vertiginoso
ese día. Desayunamos, verificamos equipos, antenas, cables, pusimos otras
antenas, quitamos otra, y largamos los llamados muy temprano por la mañana. Y
grande fue la sorpresa cuando nos salieron a la palestra varios parques, en los
cuales nuestros camaradas ya estaban instalados y haciendo de las suyas. San
Guillermo, Talampaya fueron algunos de ellos. Más tarde llegaría el resto. No
todos eran adelantados.
La cuenta de contactos fue creciendo cada hora, había mucha
gente que ya nos buscaba con pasión, además compartíamos el fin de semana con
el Fin de Semana de las Estaciones Ferroviarias por lo tanto, muchos colegas
andaban de un lado a otro en la banda para encontrar activaciones. Grata
sorpresa fue recibir a la familia de Ariel que vino a visitarnos y darnos el gusto
de que él mismo, radioaficionado también, pudiera hacer varios contactos con
colegas de otras latitudes, transmitiendo desde sendos parques o reservas. Todo
era alegría y felicidad, habíamos triunfado sin dudas. El encuentro era un
éxito insoslayable.
El sábado no fue distinto a otros días, desayunar, encender
equipos, controlar todo y largar los llamados a CQ, buscando colegas. El
almuerzo a pedido general, fue tranquilo, degustamos pollo al horno con papas y
ensalada. Había que guardar lugar para la cena, que se las traía. Ya que ha
solicitud de Roberto, hube de preparar unas empanadas criollas. La flaca
salteña, se comprometió a colaborar con la hechura de ellas, pretendiendo que
como era de la Linda, sabía mucho sobre el tema. Ya lo veremos!!!
Fue muy fuerte el cambio de clima, la humedad y las nubes
dieron lugar a un cielo estrellado único, que aportó frío que ya se sentía.
Nada del otro mundo, pero requirió una camperita para andar por ahí. La cabaña,
más que acogedora invitaba a disfrutar de las charlas, los contactos, el mate,
el fernet y la amistad. Su estufa Tromen era el mismo fuego del averno, así que
no solo calentaba el espacio, sino que nos ayudaba con la cocción de algunas
cosas y a secar rápido la ropa en los días que la humedad era alta. Para colmo,
Ariel nos envió un camión de leña para la estufa, así que no había problemas de
quedarnos sin ese material.
El sábado a la noche, me desligué de la responsabilidad de
trabajar en la cocina, al fin me habían dado un respiro. Bueno, es un decir,
porque ya había batallado con el relleno durante la mañana, con la hervida de
huevos y la picada de las cebollas de verdeo. Así que poco le quedaba a la
salteña y al riocuartense de Carlos. Llenar las tapas, lo hace cualquiera ¿O
no?
Cuando me senté en la estación de radio, ya había varias centenas
de contactos acumulados por mis compañeros y yo, que de a ratos había hecho por
surte mucha radio también. Según Roberto, yo solo debía estar hablando, los
chicos harían el resto. Así que mucho no podía hacer, por lo que arranque con
el CQ. Las empanadas empezaron a tomar forma al rato, y se veía que en verdad
la flaca al menos sabía armarlas. Ella y Carlos demoraron poco tiempo en acabar
el relleno, e iniciar la cocción.
Para ser verdaderamente honesto y crítico, las empanadas estaban buenas. Todos comieron
a rabiar, pero… algo no estaba bien en la masa y a mí, en lo personal, no me
terminaron de gustar. No habíamos hecho la masa, y tampoco conseguido alguna
marca conocida; por lo que recurrimos a una ignota La Anónima que nos surtió el
súper. Y a mi gusto se cargaron de aceite, como si las hubiéremos fritado no
hecho al horno. Parecían más de vigilia que criollas, pero nos las acabamos a
toditas.
Como siempre el Roberto no pudo con la suya, por lo que con
un amplio argumento de moralidad internacional, me pidió que hiciera el
estofado para el domingo, y que él con Carlos, harían los tallarines. No me
pude negar, después de todo era cierto que habíamos hecho lo mismo en la Isla
de Flores, por lo que no tuve excusa alguna que argumentar. Luego del desayuno
hicimos el tuco y los fideos a la vez que llamábamos por radio, pro habría una
sorpresa más. Si otra.
Ariel nos envió a su emisario oficial, el padre, el viejo
Antonio, nuestro amigo, para invitarnos a degustar un rico cordero a la llama.
Como se hace en el sur. Bien patagónico. Tampoco pudimos rehusarnos así que
allá fuimos, postergando los tallarines para la noche. La juntada fue hermosa,
toda la familia Rodríguez, más algún colado y nosotros. Comimos debajo de un
gran ejemplar de alerce al sol y con el viento patagónico echando a volar
nuestros cabellos. La pasamos bomba. Y a los postres, cumplimos con nuestras
costumbres, la entrega de pines, recuerdos y diplomas a los anfitriones. La
emoción embargó a todos y se escucharon las promesas de volver a revivir todo
aquello o, en el caso de Ariel, de algún año sumarse a la activación en otro
parque de nuestro grupo.
Para que hablar de los tallarines… sería un caso perdido.
Siempre lo casero es superior y otra vez quedó demostrado que mis amigos clara
la tienen con eso de mezclar huevos, harina, sal y agua. Del tuco no hablo
porque me da vergüenza.
Esa noche, Georgina tuvo un desliz, se dejó llevar cuando
hablaba por teléfono con su mamá y sus dichos, nos hicieron una profunda yaga
en el corazón. Mamaaaaaaaaaaaa!!! No sabes qué bueno que son estos pibes, son
hermosos. Re piolas, educados, re organizados, súper atentos saben hacer de
todo, y ni te imaginas como cocinan. No sé qué voy a hacer cuando se acabe la comida
que me dejaron, buhaaaaaaaaaaa me quiero morir. Plop….!!!!!!!!!
Ya habíamos acordado con los chicos, que por la tarde a
última hora habríamos de levantar la mayoría de las antenas, al menos las más
difíciles de desarmar o complejas de embalar. Solo dejaríamos las de 40 y 80
metros para el último momento y así lo hicimos. De apoco, a medida que las
bandas se cerraban, fuimos guardando cosas, acomodando las estaciones y
preparando todo para ser cargado a la mañana siguiente. Antonio como siempre,
vino con otra gran idea. Nos dejó saber que él viajaba de regreso solo, con su
esposa Gina, solo con dos valijas y el equipo del mate. Que su camioneta iría
con la caja vacía y por lo tanto podría él llevar la mayoría de la carga,
permitiendo así que nosotros viajásemos vacíos y con poco peso. Realmente la
propuesta nos pareció muy acertada y no dudamos en aceptarla. Sería mucho menos
volumen y peso el que deberían llevar las dos restantes unidades, ya que aún
estaba mi Kangoo en Picún Leufú esperando mi llegada.
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